Hoy os traigo una noticia que muchos de vosotros lleváis esperando desde hace mucho tiempo. Y es que La Reina Valyria YA ESTÁ DISPONIBLE EN AMAZON.
Este ha sido un largo y difícil camino, lleno de baches y obstáculos, pero que gente maravillosa me ha ayudado a superar.
Gente como Chris Axcan, que diseñó esta maravillosa portada. Fue capaz de plasmar lo que había en mi cabeza.
Pero por si este trabajo hubiera sido poco, Chris me ayudó con todo el proceso para poder poner a la venta a La Reina Valyria en amazon. Un trabajo costoso pero que con su ayuda fue muy fácil de hacer.
Así que ya lo sabeís, La Reina Valyria ya está disponible en amazon.com. Sólo tenéis que pinchar en el enlace y os mandará directamente a la página de compra.
De momento el libro sólo está disponible en formato papel.
En un par de semanas estará en formato digital, así como también estará disponible en amazon.es
El precio que aparece en amazon.com está en dólares, pero al cambio se queda en unos 15,75€.
Y como no soy tan mala como la gente se piensa, os dejo el primer capítulo para ir abriendo boca.
CAPÍTULO I
Los
vidriosos e inertes ojos de una bonita chica que había perecido de la forma más
cruel e inhumana posible, la observaban, como si la culparan de lo ocurrido.
Ira, cólera y desesperación latían con fuerza en el interior de Nymeria, que
siseó entre dientes, exhalando un inhumano alarido, haciendo patente que su
hosco carácter había empeorado. Sangre, dolor y lágrimas. Eso es lo que había
traído esa noche, la noche en la que un ser que no debía existir se había
cobrado una inocente vida.
Nymeria
apretó los puños con fuerza, sus dientes chirriaron y las aletas de su nariz se
movieron al compás de su violenta respiración, mostrando a todos sus
acompañantes que la mejor opción era no estar al alcance de su ira.
Sus
acompañantes se sentían igual de frustrados, coléricos y furiosos que Nymeria.
Altea miró a Raúl, su hombre, con ojos serenos pero llenos de dolor. Él puso
sus manos sobre los hombros de su guerrera, tratando de darle el consuelo que
sabía que no encontraría. Pero a Andrómeda parecía no importarle nada de lo
allí ocurrido. Ella sola había eliminado a cinco sombras de un plumazo. Se
soltó el cabello mojado por el sudor y le mostró las rasgaduras de su camiseta
favorita a Rod, el hombre que la volvía loca, con una enorme sonrisa en su
rostro.
―¡Explícanos
de qué coño te ríes, Andrómeda! ―dijo Nymeria entre dientes, mientras daba dos
pasos y se ponía delante de Andrómeda. Le dio un leve empujón que hizo que
Andrómeda diera dos pasos atrás. Rod su puso al lado de su mujer, dispuesto a
que recayera sobre él la cólera de Nymeria. Pero Andrómeda se apartó un mechón
de su húmedo cabello del rostro, se recolocó la camiseta y apuntó con su dedo
el pecho de Nymeria, dándole pequeños golpecitos sobre él mientras le
respondía.
―¿De
qué me río? Pues de ti, querida. De que tienes mil trescientos años, sigues más
sola que la una y, a pesar de continuar creyendo en la profecía, insistes en
hacer lo que te da la gana, sin seguir ninguna de las reglas que deberías
cumplir para que se haga realidad. Y encima te cabreas cuando ocurren cosas
como ésta ―dijo Andrómeda, con aquella sonrisa irónica dibujada en su rostro.
―¿Cómo
te atreves a hablarme así? ¿Qué quieres, que te dé una paliza? ―el contenedor
de basura salió volando a causa de la patada que Nymeria le había dado.
―Nymeria,
deberías tranquilizarte ―Altea, la gemela de Andrómeda, era la única capaz, de
vez en cuando, de calmar a Nymeria.
―No
me da la gana.
―Nymeria,
por favor. ¿Es que no te das cuenta de que esto parece estar preparado, como si
trataran de distraernos? ―Altea trató de poner orden en la caótica situación
allí ocurrida.
―De
lo que me doy cuenta es de que esto es un maldito desastre ―giró sobre sus
talones con las manos abiertas―. Limpiadlo todo ―ordenó mientras se disponía a
marcharse.
―¿A
dónde vas? ―Raúl, el hombre que compartía el corazón, el alma y el cuerpo con
Altea, se plantó frente a ella.
―Apártate
Raúl.
―Sabes
que Altea tiene razón. Todo esto es un montaje y ninguno de nosotros debería ir
solo por ahí ―cuadró los hombros, impidiendo que ella viera el temor en sus
ojos. Nymeria era capaz de atemorizar al mismísimo Diablo cuando se enfurecía
de esa forma.
—Necesito
despejarme ―sin mediar ni una palabra más, agarró a Raúl por un brazo y lo
lanzó a unos diez metros. Por suerte, él aterrizó sobre sus talones. Imaginó
que Nymeria haría algo así. La conocía demasiado bien.
El
olor a goma quemada quedó suspendido en el aire cuando Nymeria abandonó el
lugar haciendo patinar las ruedas de su vehículo. Sus cuatro acompañantes
sabían que, en momentos como aquel, era mejor dejarla sola, a pesar de que
ninguno sabía adónde se dirigía y eso los inquietaba y preocupaba. Pero no
había otra opción más que acatar las órdenes de Nymeria.
Sin
respetar ni una sola señal de tráfico, ni un semáforo en rojo, haciendo que los
demás vehículos se apartaran de su camino mientras hacían sonar sus cláxones,
Nymeria se adentró en la ciudad, tratando de sacar de su interior toda esa
cólera que la consumía por momentos. A pesar de saber que ni ella ni ninguno de
sus acompañantes era culpable de lo ocurrido, Magnus había vuelto a matar y
ella no había podido detenerlo. Y ese era su cometido; detenerlo, capturarlo,
cazarlo. La frustración recorrió su interior, como un devastador volcán en
erupción, quemándola y arrasándola. Nymeria pisó el acelerador hasta el fondo.
Se
detuvo en el único lugar donde podía encontrar la paz. Décadas viviendo en una
ciudad que podía albergar lo mejor y lo peor de todas las razas que habitaban
el mundo y sólo allí, ella encontraba la paz que necesitaba. En la actualidad
el lugar era una cafetería, pero antaño fue una panadería, donde ella,
cumpliendo con su misión, protegió a sus antiguos habitantes de las sombras. La
inesperada recompensa que encontró fue ser tratada como una humana normal y corriente,
a pesar de no haberlo sido nunca, encontrar la amistad y el cariño de gente que
antepuso su condición de persona a la de inmortal y, durante años, acudió allí
para poder encontrar el sosiego que su alma necesitaba para poder seguir
desempeñando su cometido. Cuando Nymeria entraba allí, recordaba lo que era
sentirse valorada por aquellos a los que debía proteger, no ignorada, e incluso
a veces, atacada verbalmente.
Nymeria
se percató de que los dos dependientes eran nuevos. La última vez que visitó aquel
lugar, ninguno de los dos estaban allí. Pasó sus manos por encima de su
gabardina de piel, se colocó las gafas de sol para ocultar sus ojos rojos y
entró en el local. Supuso que ambos jóvenes pensarían que estaba loca por ir
con unas Ray-Ban último modelo a las tantas de la madrugada, pero le dio igual.
―Ponme
un café solo y uno de esos bollos ―ordenó mientras señalaba los dulces que
tanto le gustaban.
―Por
supuesto, guapa. ¿Quieres algo más? ―el camarero rubio, que creía que era
irresistible, trató de ligar con ella. Nymeria resopló y decidió ignorarlo.
¡Dichosa manía de los humanos de querer tirársela! Pero había acudido allí
buscando paz, no guerra. Y ese muchacho no tenía ni idea de lo que ella era
capaz.
―No
―respondió tajante antes de girarse y sentarse en la mesa que ocupaba el rincón
más apartado y menos iluminado del local, donde nadie la veía.
―Menudo
corte te ha pegado, colega ―le comentó el compañero moreno mientras le
preparaba el café.
―Ella
se lo pierde.
―El
que se lo pierde eres tú. ¿Has visto como está esa tía? Pero si me he excitado
nada más verla ―Nymeria agarró una revista de la mesa contigua y trató de leer
para no escucharlos. Llevaba demasiado tiempo oyendo el mismo tipo de
comentarios soeces y grotescos. Respiró hondo y templó sus exacerbados nervios.
El
camarero se acercó a ella, con el café y el bollo en una bandeja, devorándola
con la mirada, creyendo que tenía alguna oportunidad. ―Su café, señorita ―dijo
con un zalamero tono de voz―. ¿Está segura que no quiere nada más?
Entre
las virtudes de Nymeria no se encontraba la paciencia. Quería calma, no
enfrascarse en una absurda discusión que podía solucionar de un plumazo. Sentía
que aquel joven estaba invadiendo su remanso de paz. Y encima aquella no era
una buena noche para que un tipo intentara llevársela a la cama. Zanjó el asunto
de la única forma que conocía. Imponiendo su voluntad e insuflando terror.
―Sí
―los ojos del chico se iluminaron ante la expectante respuesta. Pero cuando
Nymeria se bajó ligeramente las gafas de sol para mirarlo por encima de la
montura, la expresión del pobre chaval cambió―. Que dejes de intentar llevarme
a la cama, porque si tu amiguito o tú hacéis un solo comentario más, os arranco
las pelotas ―finalizó guiñándole un ojo. Para otro hubiera sido un gesto de
complicidad, pero los centelleantes ojos rojos de Nymeria sólo indicaban una
cosa. Hablo en serio y soy peligrosa. El
chico se largó con el susto metido en el cuerpo.
Ninguno
de los dos hizo un comentario más. Nymeria se había asegurado de hablar en un
tono suficientemente alto y amenazador como para que el otro camarero la oyera.
Ambos se dedicaron a sus quehaceres mientras ella se tomaba el café y el bollo.
Lo cierto era que, por muy soplagaitas que fueran los dos, el café estaba exquisito.
Eso tenía que reconocerlo. Para lo único que servían esos dos, era para
preparar el mejor café del mundo. Nymeria decidió sumergirse en la oleada de
tranquilos y pacíficos recuerdos que se despertaban en su mente al estar en
aquel lugar y saborear uno de los sabrosos bollos.
Las
luces de un coche iluminaron el local cuando se colaron por uno de los enormes
ventanales. El motor se caló y su conductor trató de volverlo a arrancar, sin
fortuna. El afinado oído de Nymeria escuchó la sarta de maldiciones y tacos que
el conductor propinó al no lograr arrancar el vehículo. Sonrió. No era la única
que estaba de mal humor aquella noche. Con una sonrisa en sus labios, siguió
leyendo la revista, ignorando lo que ocurría a su alrededor.
Daniel
no consiguió que el motor de su coche arrancara. Por su boca salieron una sarta
de tacos e improperios al tiempo que golpeaba el volante, furioso. Abrió la
guantera del coche, buscando el arma que había adquirido años atrás. Ser hijo
de quién era había provocado que decidiera llevar consigo un arma, por si sus
conocimientos de artes marciales no eran suficientes a la hora de protegerse de
posibles enemigos. Pero aquella noche, sólo tenía sus manos para defenderse. El
arma se había quedado en su apartamento de lujo. Se enfureció consigo mismo.
Trató de volver a arrancar el coche, pero no lo consiguió. Necesitaba llegar a
la comisaria y pedir ayuda, pero su coche ya no volvería a funcionar. Decidió
entrar en la cafetería y pedir auxilio. Alguien tenía que ayudarlo.
Entró
a trompicones en la cafetería. La adrenalina recorría sus venas a una velocidad
vertiginosa, haciendo que le costara mantener el equilibro y que tropezara con
varias sillas. Abrió la cartera y soltó un fajo de billetes en el mostrador.
Los dos camareros lo miraban con cara de pocos amigos. Parecía estar borracho.
El moreno cogió el bate de beisbol que había escondido bajo la barra.
―Os
compró el vehículo que tengáis ―dijo Daniel mientras se agarraba a la barra y
trataba de respirar con normalidad.
―Tú
estás mal del coco, tío ―respondió el camarero rubio.
Daniel
no trató de convencerles con buenas palabras. El tiempo corría en su contra.
Así que agarró al camarero rubio por la camisa y le gritó a un palmo de sus
narices.
―Tienes
dos opciones. O coges el dinero y me das las llaves del coche o moto que
tengáis, o te parto la cara y me llevo las llaves, el dinero y el vehículo.
―Suéltalo
―amenazó el moreno con el bate en la mano.
Daniel
le dio un empujón al camarero rubio y se dispuso a pelear con el moreno, pero
en ese preciso instante se escuchó como dos vehículos frenaban en seco frente a
la cafetería. Se giró y comprobó que eran los hombres que le seguían. Corrió
hacia el baño, con la esperanza de que pudiera escapar por alguna ventana. La
huida por la puerta principal de la cafetería ya no era una opción viable.
―¡Mierda!
―el baño no tenía ventanas. Sus posibilidades se agotaban. Sacó el móvil del
bolsillo y llamó a la policía. Tal vez llegaran a tiempo de sacarlo de allí y
detener a aquellos hombres que se habían empeñado en darle caza.
Nymeria
no prestó atención al conductor. Seguía enfrascada en la revista, leyendo un
artículo muy interesante sobre análisis de conductas en asesinos en serie. Lo
cierto es que no se creía ni la mitad de lo que ponía en ese artículo. Ella
sabía demasiado bien a qué se debía el comportamiento de muchos asesinos. No
necesitaba que un psiquiatra se los descifrara.
Su
paz terminó en el preciso instante en que le llego el tufo a huevos podridos.
Entre maldiciones mentales, dejó con cuidado la revista sobre la mesa y se
hundió un poco más en la silla, ocultándose en la penumbra de aquel rincón. Dos
sombras habían entrado buscando algo o a alguien. Agradeció llevar mil
trescientos años en la tierra y haber aprendido a ser casi invisible cuando lo
necesitaba. Se deslizó por la silla hasta alcanzar el suelo, se colocó tras un
biombo que había para separar su mesa de la contigua y observó por el ventanal
que era lo que ocurría en el exterior.
Vio
que el coche del conductor tenía una serie de balazos en el lado izquierdo que
habían afectado al motor. De ahí que aquel vehículo no volviera a arrancar. A
su lado, dos coches más, los de las sombras que había entrado en el local y un
poco más lejos, su Hummer.
Tras
la evaluación del exterior, observó con detenimiento a las sombras y a los
camareros. Vio unas gotas de sangre en el suelo. Siguió el rastro y comprobó
que venía del exterior. El conductor estaba herido, lo que crispó más los
nervios de Nymeria. Con una muerte ya tenía bastante. Sacó su móvil del
bolsillo y lo dejó llamando. Sus compañeros localizarían su posición por el GPS
del teléfono, cosa que enfadaba tremendamente a Nymeria. Aquellas sombras
habían profanado su lugar de paz y sosiego, y ahora, cuando decidiera
desaparecer de la vista de todo el mundo, los suyos sabrían dónde encontrarla.
Aunque si trataba de buscar el lado positivo de las cosas, tal vez la noche no
fuera tan infructuosa como había creído. Se colocó las gafas de sol, acarició
la hermosa lágrima de cristal que llevaba colgando del cuello y revisó los
cargadores de las pistolas que llevaba escondidas bajo la gabardina. Luego
esperó el momento oportuno para entrar en acción.
Las
dos sombras habían poseído a dos tipos enormes. ¿Por qué siempre tenían que
poseer a tipos grandes y musculosos? ¿Es que no habían aprendido, a lo largo de
los siglos, que eso no les servía de nada frente a las de su raza? Parecía que
no.
Los
dos tipos estaban en la barra, uno empuñaba un arma, encañonando al camarero
rubio. El otro camarero, el que se empalmaba rápidamente, buscó el bate de
beisbol que su compañero había dejado debajo de la barra. ¡Cómo si eso le fuera a servir de algo! Pensó Nymeria. Lo único que
iba a conseguir era que les mataran antes de tiempo. Pero por si aquello no
fuera suficiente, entraron dos sombras más.
―¡Dejad
de hacer el gilipollas! Magnus ha dicho que quiere al conductor. ¿Dónde está?
―preguntó dirigiéndose a los camareros. El rubio señaló la puerta del baño―. Id
a por él.
¿A él?
Pensó Nymeria. ¿Quién era ese hombre que Magnus quería capturar y para qué? Lo
que no imaginaba Magnus, es que tras escapar de las garras de Nymeria, iba a
quedarse sin su presa. Porque si creían que se iban a llevar a aquel hombre,
iban listos.
Sacó
el teléfono del bolso y musitó dos palabras:
―Daros
prisa.
―¿Cuántos
son? ―Altea fue la que respondió.
―Cuatro
que yo vea. Vienen de parte de Magnus. Quieren capturar a un humano.
―Estamos
ahí en dos minutos.
¡Dos
minutos! Demasiado tiempo―. Entro en acción―colgó. Sabía que si no daba por
terminada aquella conversación, Altea empezaría a protestar.
―Vamos
colega, abre la puerta. Si no lo haces, la tumbaremos de una patada ―amenazó
una de las sombras. Pero no obtuvo respuesta ―. Abridla.
Una
de las sombras consiguió abrir la puerta de una patada, haciendo saltar por los
aires el endeble pestillo. Entró en el baño y se oyó como forcejeaba con el
conductor.
―¿Qué
queréis de mí? ¿Dinero? ―se vio un fajo de billetes volando por el baño―. Ahí
lo tenéis. Y ahora dejadme en paz.
―Tú
te vienes con nosotros ―le amenazó la sombra que había derribado la puerta. El
conductor le dio una patada y el tipo cayó de culo.
―Yo
diría que no ―intervino Nymeria apoyada en el biombo―. Dejadlo en paz.
―¡Joder!
Es Nymeria ―dijo el tipo que seguía encañonando al camarero rubio. El pobre
chico ya le había dado todo el dinero, pero aquel tipejo sopesaba la
posibilidad de volarle los sesos por puro placer. Los cuatro poseídos se
acercaron. El conductor aprovechó el momento y volvió a cerrar la puerta del
baño―. Vosotros dos, sacad a ese tipo de aquí ―dijo la sombra que llevaba la
voz cantante a los dos tipos que estaban más cerca del baño.
―Por
encima de mi cadáver ―replicó Nymeria. De un salto enorme se colocó frente a
los tipejos. Noqueó a uno de un puñetazo en la nariz, rompiéndosela, a los otros
dos los barrió de una patada. El cuarto ya salía por la puerta, dispuesto a
pedir refuerzos.
Nymeria
llamó a la puerta del baño, golpeándola con los nudillos. Pero el conductor no
abrió. Decidió empujar levemente la puerta con el hombro, para ver si la podía
abrir, pero el hombre que se había encerrado dentro estaba apoyado contra ella
y debía estar haciendo mucha fuerza para no dejar pasar a nadie. Sus opciones y
tiempo se terminaban.
―Abre
la puerta y te ayudaré a salir de aquí.
―Ya
he llamado a la policía ―fue la escueta respuesta del conductor.
¡Mierda!
Pensó Nymeria. La policía no lo ayudaría y empeoraría las cosas―. La policía no
te va a sacar de este follón. Yo sí. Abre y déjame ayudarte. Yo sé cómo
enfrentarme a esos tipos ―esta vez no obtuvo respuesta―. Sé que ese baño no
tiene ventanas. No hay escapatoria posible ―una vez más el silencio fue lo
único que obtuvo. Oía la respiración del hombre, agitada, puede que hasta
convulsa, y decidió cambiar de táctica. Tal vez un poco de psicología no
vendría mal en aquel momento―. Escucha, me llamo Nymeria. Puedo sacarte de
aquí. Ni siquiera tienes que venir conmigo. Te daré las llaves de mi coche para
que te vayas. Pero es mejor que tomes una decisión rápida, porque sólo he
podido noquear a tres tipos. El cuarto ha ido a pedir ayuda y no tardará en
regresar. Tienes medio minuto para decidirte.
Nymeria no tuvo que esperar tanto tiempo. En
apenas diez segundo se escuchó como la puerta se abría, lentamente. Y tras
ella, apareció Daniel. Pero justo en ese momento una de las sombras se levantó
y agarró a Nymeria por un brazo. Ella se dio la vuelta, le propinó una patada
al tipo en toda la boca, saltándole un par de dientes, lo cogió por detrás y le
partió el cuello. Daniel parpadeó, creyendo que así saldría de la ensoñación
que estaba viviendo, cuando escuchó el crujir de las vértebras al partirse.
Lo
que hasta ese momento era una pesadilla, se convirtió en un sueño hermoso y
mortífero. Si el dios Morfeo había decidido regalarle aquella visión, Daniel no
quería despertar jamás. El atuendo de Nymeria le recordó a una heroína de
películas fantásticas. La gabardina le llegaba casi a los pies y ondeaba al
compás de sus felinos y letales movimientos. El mono de cuero se ajustaba a su
esbelto cuerpo como una segunda piel, seduciendo y cautivando a todo aquel que
la observaba. La larga y azabache melena enmarcaba un sutil y hermoso rostro
esculpido en blanco alabastro. La palabra belleza se había creado para
describir a aquella inquietante, sublime, peligrosa y letal mujer. Daniel
sintió como una oleada de sentimientos indescriptibles e incontrolables
sacudían su ser, erizando toda su piel.
―Gracias
―alcanzó a decir, completamente hipnotizado por la presencia de Nymeria.
Durante
unos segundos, Nymeria se dedicó a observar con detenimiento a aquel hombre.
Jamás en su larga existencia había podido contemplar tanta beldad encarnada en
el cuerpo de un varón. De porte elegante, facciones perfectas, cabellos negros,
labios carnosos, ojos marrones y vivos, grandes manos, cuerpo ligeramente
musculado e imponente estatura, el hombre que Nymeria tenía ante sí deprendía
aplomo, seguridad y fuerza. Pensó en un momento en el comentario que haría
Andrómeda ante un hombre así, pero no sonrió al pensar en la observación subida
de tono que pasó por su mente. Pero ante todo, la guerrera que habitaba en su
interior era la que llevaba el control, anteponiéndose a la mujer y su
prioridad era sacar con vida a ese turbador hombre de aquel lugar.
―No
me las des. Todavía no estás a salvo. ¿Cómo te llamas? ―consiguió decir tras su
momentáneo ensimismamiento.
―Daniel.
―Bien,
sígueme Daniel, te sacaré de aquí ―una corriente eléctrica sacudió el cuerpo de
ambos cuando Nymeria lo agarró de la mano para llevárselo de allí―. ¿Qué esta…?
¡Al suelo!
Nymeria
tiró de Daniel con fuerza y lo hizo caer sobre ella. Sus rostros quedaron a
escasos milímetros. Sus labios casi se tocaron. Daniel sintió como su corazón
se aceleraba y no supo si era debido a la bala que había pasado rozando su cabeza
o a la cercanía de aquella mujer. Ella lo empujó ligeramente, haciéndolo rodar
sobre sí mismo y se sentó sobre la pelvis de Daniel, que luchaba con todas sus
fuerzas para no empalmarse. Esa mujer era pura dinamita y despertaba un
instinto dormido en Daniel.
Bueno amigos, aquí os lo dejo. En cuanto esté disponible en formato digital os aviso.
Gracias a todos los que hacéis años que me seguís y que me alentáis y animáis desde la lejanía. Sin vosotros este sueño no sería real.
Bienvenidos al mundo de la Reina Valyria.
Un mundo que no deja indiferente a nadie.
Una historia que te atrapa, envuelve y cautiva.
Un libro donde las batallas, peleas, insultos, amor, pasión y sexo van de la mano.
NO APTO PARA CARDÍACOS NI MENORES DE 18 AÑOS.
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