Prometí en mi perfil de facebook que dejaría parte de un capítulo de La Princesa de Luz. Pero pensándolo bien, he decidido dejar el primer capítulo completo, para que lo podáis disfrutar. Junto con él, os dejo el prefacio del libro.
Espero que lo disfrutéis.
Al final del capítulo os dejo los enlaces de dónde podéis comprar el libro, tanto en formato papel como en formato Kindle.
A disfrutar se ha dicho, angelitos míos!!!!
PREFACIO
Su
final se acercaba. El tiempo se le acababa, y ya no había vuelta atrás. Él
mismo había aceptado aquel pacto, hacía casi un siglo, pero ahora ya no estaba
seguro de que hubiera sido lo correcto. ¿Y si Ellos se la estaban jugando y se quedaba sin nada? Ella le había prometido que se
reencontraría con la única mujer que había amado. Pero ahora no estaba seguro
de ello. Y lo peor de todo era saber que iba a morir a manos de la descendiente
de su mayor enemiga, que la hija de la Reina Valyria, de Nymeria, y de su
propio hijo, de Daniel, el Vahal[1]
de Nymeria. Su propia nieta iba a ser su verdugo. La ira comenzó a fluir por su
interior. Y encima Ella, el Mal,
parecía que le importaba bien poco si él iba a morir o no. Lo único que le
importaba era que iba a recuperar al único hombre que había amado, a su padre,
a Rahegar.
Y
mientras tanto, Él, el Bien se salía
con la suya. Iba a conseguir todo lo que quería. En primer lugar, que las
Valyrias pudieran elegir a sus mitades sin que su madre pudiera interceder en
esa decisión. Iba a estar con la Reina Lyana, la abuela de Nymeria y la
encargada de entrenar a las Valyrias. Una mujer fuerte y dura que sólo conocía
el amor por aquel ser que se hacía llamar el Bien.
En todo lo bueno
hay algo malo, y en todo lo malo hay algo bueno, se recordó a sí
mismo. ¿Pero qué era lo bueno que iba a sacar él? ¿Recuperar a Nora, a la única
mujer por la que lo iba a dar todo, incluida su inmortal existencia? ¿Y si su
madre le traicionaba? Tal vez cuando ella consiguiera recuperar a Rahegar se
olvidara de él. Tal vez, él, Magnus, el Príncipe de las Sombras, jamás volvería
a la vida.
Fui el Príncipe
de las Sombras, pero ahora el traidor de Arestes ocupa ese lugar.
Arestes,
su mano derecha durante dos siglos le había vuelto la espalda, arrebatado su
trono, y ocupado su lugar en el mundo del mal y el dolor. Apretó con fuerza los
puños.
Pero
aquello no se iba a quedar así. Encontraría a Nora y la convertiría en su
Reina. Porque si algo tenía claro Magnus, es que era la hora de dejar de ser Príncipe
para convertirse en Rey.
1
Observó por última vez su reflejo en el
espejo. No es que le hiciera mucha ilusión acompañar a sus primas aquella
noche, pero si al final resultaba que aquel humano no era el Vahal de Tamara, ella y su prima Mhira
tendrían que acudir a socorrerla y protegerla mientras sufría el Mhado[2].
Aunque hacía casi cien años que se había firmado la tregua entre las Valyrias y
las sombras, últimamente las cosas andaban muy revueltas. Y Aliena sabía que
era por su culpa, porque ella iba a ser quien ejecutara a Magnus en pocos días.
Cogió
la cazadora de piel y bajó las escaleras, pensando en el papel que ella
representaba. Su madre y su padre no le habían contado mucho, sólo que tendría
que eliminar a Magnus, el anterior Príncipe de las Sombras, que encima era su
abuelo paterno. Si se suponía que eso debía ser un impedimento para que Aliena
cumpliera su objetivo, todos estaban equivocados. Ella, La Princesa de Luz,
liberaría al mundo de la amenaza de Magnus, cómo se suponía que debía ser.
Anduvo
los escasos metros que separaban su casa de la de sus padres. La Reina Valyria
y su Vahal siempre querían saber
dónde iba su hija cuando abandonaba la urbanización. Exceso de protección, pensó Aliena, pero en el fondo no les culpó.
Ella era la única hija que habían tenido en cien años.
Llamó
al timbre de casa de sus padres. Era una costumbre que había adquirido tras
entrar un día a tropel en aquella casa y pillar a sus padres echando uno de
esos polvos de infarto en el sofá. A ella por poco se le salen los ojos de sus
órbitas mientras sus padres ni se inmutaron.
No
obtuvo respuesta. ¿Dónde demonios se
habrán metido? Pensó Aliena. Sacó su iPhone del bolsillo y miró la hora.
Levantó las cejas en señal de desconcierto. Era extraño que siendo casi las
ocho de la tarde sus padres no hubieran llegado a casa. Y en eso escuchó el
patinar de unas ruedas de coche. Su madre había llegado a casa y parecía
furiosa.
Dentro
del BMW Deportivo último modelo sonaba Highway
To Hell a todo volumen y eso era claro indicio de un soberano cabreo por
parte de su madre. Y cuando la vio como trataba de cerrar de un portazo la
puerta deslizante del coche, vio confirmadas sus sospechas. Nymeria estaba de
un humor de perros.
―Hola
mamá.
―¡AG!
Maldita puerta del demonio. ¿Por qué diablos no las hacen cómo las de antes? ―los
ojos rojos de Nymeria refulgían con una furia que asustaría al mismísimo
Diablo.
―Mamá,
¿me has oído?
―Sí
Aliena, te he escuchado.
―¿Qué
ha pasado para que estés de ese humor de perros?
Pero
Nymeria no tuvo tiempo de responder. En ese momento se abrió uno de los
portales de tele-transportación que su padre había inventado para que las
Valyrias y sus Vahals pudieran
moverse a través del mundo.
―¡NYMERIA!
―mal asunto que su padre gritara de esa forma. Y cuando apareció tras el
portal, las sospechas de Aliena se vieron confirmadas. Su padre estaba todo
cubierto de barro.
―¿Papá?
¿Pero qué ha pasado?
Su padre no respondió. Con tres enormes
zancadas pasó por el lado de Aliena y se plantó frente a su madre, bufando como
un toro apunto de embestir.
―Pequeña
estúpida. ¿Se puede saber por qué me has hecho esto?
―Ni
se te ocurra llamarme estúpida, imbécil. Además, tú te lo has buscado, por
capullo.
―¿Qué
yo me lo he buscado? ―dijo mientras arrinconaba a Nymeria contra la pared.
Aliena seguía observado a aquel par con resignación. Con los años había
aprendido que sus padres se amaban y odiaban de igual manera. No había día en
que aquel par no discutieran y solucionaran sus broncas en la cama―. Escúchame
bien, no voy a permitir que cualquiera que se acerque a ti te tire los trastos
de una forma tan descarada. Eres mía, Nymeria, mi mujer y mi Valyria. Así que
quien quiera algo contigo, que se atenga a las consecuencias.
―Sé
defenderme sola, soplagaitas.
Daniel
pegó su cuerpo al de Nymeria, apretando su erección contra el vientre de su
reina. Los ojos de ambos llameaban como hambrientas flamas, deseosas de
fundirse las unas con las otras.
―Me
importa una mierda si te sabes defender sola o no. Eres mía, Nan, y no voy a
consentir otro comportamiento así por parte de ningún humano.
―Te
recuerdo que aquí mando yo, Vahal ―dijo
Nymeria mientras cogía a Daniel por los testículos. Luchaba contra el enorme deseo de sentirlo en
su interior. Aquel chulo y prepotente hombre que antaño fue humano y que la
había vencido, era capaz de sacar a Nymeria de sus casillas con una facilidad
espantosa y, hacer que ella cayera rendida ante él una y mil veces aún con más
facilidad―. Así que si yo te doy una orden, es para que la obedezcas.
―Qué
te lo has creído, Nymeria ―dijo mientras le tomaba el rostro con una de sus
enormes manos y le metía la lengua hasta la garganta. Con la otra se liberó de
la sujeción de su reina.
Aliena
decidió que allí sobraba. Estaba claro cómo iban a solucionar aquellos dos el
tema. En la cama. Probablemente harían el amor durante horas. Se encaminó de
nuevo a su casa y se subió a su Mercedes Descapotable. Era hora de recoger a
sus primas.
Pero
las broncas no terminaron cuando dejó a sus padres. Tamara puso el grito en el
cielo en cuanto entró en el coche.
―¿Pero
se puede saber dónde vas vestida con eso?
―Te
acompaño a tu cita, por si lo habías olvidado.
―Mhira,
por favor, dile algo. No puede aparecer vestida así. ¡Se ha puesto el mono de
piel!
―Tamara,
escúchame bien, yo simplemente voy a acompañarte hasta el lugar dónde has
quedado con tu cita. No pienso bajar del coche.
―¡Pero
le dije a Marc que viniera con dos amigos! No me puedes hacer esto Aliena.
―Por
supuesto que puedo. Primera, porque soy la mayor de las tres. Segundo, porque
estoy hasta las narices de que trates de hacer de casamentera. Y tercero,
porque soy tu princesa. Así que te fastidias, Tamara.
―¿Por
qué tenías que heredar el endemoniado carácter de tus padres?
―No
me calientes Tamara, o te mando con la bisabuela. Te lo advierto. Estoy aquí como
Valyria, para protegerte si ese humano, que por cierto parece imbécil, no es tu
Vahal. Punto y final de la discusión ―dijo
mientras estacionaba el coche. Habían llegado al restaurante donde Tamara había
quedado con los humanos.
Su
prima no dijo nada. Bajó del coche con el rostro rojo como un tomate a causa de
la ira. Lo cierto es que Aliena tenía el mismo carácter que sus padres. Hosca,
fuerte y orgullosa.
―Aliena,
no le hagas esto, por favor.
―No
empieces tú también Mhira.
―Escúchame,
¿vale? Para Tamara esto es importante. Está convencida de que ese humano es su Vahal. Y está de los nervios. No
pretende hacer de casamentera. Simplemente quiere estar un rato tranquila y
relajada antes de dar el paso. Y quiere que estemos con ella. Somos más sus
hermanas que sus primas, Al.
Aliena
se giró sobre su asiento y clavó sus ojos verdes en los de Mhira. Vio que su
prima no le mentía. Lo cierto es que Mhira se parecía mucho a su tía Altea,
mientras que Tamara era un clon de su otra tía, de Andrómeda. Una sensata, la
otra descerebrada. Suspiró antes de hablar.
―Está
bien, voy con vosotras. Pero como el humano trate de tirarme los tejos o de
meterme mano, le corto los huevos. ¿Entendido?
―Clarito
como el agua ―le respondió Mhira mientras le pasaba una camiseta verde, unos
vaqueros y unos zapatos de tacón―. Te espero dentro.
Aliena
volvió a suspirar antes de cambiarse de ropa. Bajó la capota del coche, apretó
el botón que tintaba todas las lunas del coche de negro y se cambió. Cogió su
arma, se la enganchó en el cinturón y bajó. Sólo esperaba que aquellos humanos
no intentaran nada con ella ni con su otra prima, porque si se ponía de peor
humor, aquello acabaría mal, muy mal.
En
uno de los sofás de piel blanca estaban sentadas sus primas con tres humanos.
Marc, el humano que había escogido Tamara, era un joven de apenas veinticuatro
años, de pelo castaño y ojos marrones. Tenía el cuerpo atlético y miraba a su
prima como si quisiera comérsela enterita. Aliena juraría que el tipo estaba a
punto de empalmarse.
Mhira
estaba sentada al lado de un moreno de ojos azules. Guapo y cachas, como dirían
sus primas. Un bombón para Mhira, que deseaba con la misma insistencia que
Tamara, encontrar a su Vahal. Era
cierto que las Valyrias eran ardientes y apasionadas. Su madre y sus tías eran
una prueba de ello, pero Aliena era de las que pensaba que un hombre tenía que
tener algo más que un cuerpo de infarto para poder trastornarla. De hecho, su
padre era un ejemplo de ello. Daniel siempre había sido un hombre guapo,
musculoso y atractivo, pero lo que había hecho que su madre cayera rendida ante
él, era que había sido el único hombre con un par para plantarle cara a
Nymeria. Y Aliena se parecía demasiado a su madre. Siempre causaba el mismo
efecto en los hombres. Primero se ponían cachondos y luego se asustaban cuando
sacaba su carácter.
El
tercer humano era un joven de cabellos rubios oscuros y ojos verdes. Guapo y
atractivo, pero un creído. No dejaba de tocarse el pelo y de mirar su reflejo
en el espejo que había de fondo. Aliena suspiró antes de sentarse a su lado.
―Vaya,
¿al final has venido? ―le dijo Tamara. Aliena bufó por lo bajo mientras
fulminaba a su prima con una mirada―. Te presento a Christian ―dijo señalando al
rubio que estaba a su lado―, y a Enzo ―esta vez señaló al moreno que estaba
sentado al lado de su prima Mhira.
―Hola
preciosa ―dijo Christian―. Encantado de conocerte.
―Lo
mismo dijo ―respondió Aliena tratando de sonar educada. Aquel tipo la había
desnudado con la mirada.
―¿Te
apetece que tomar algo? ―Christian pasó su brazo por encima del respaldo del
sofá y apoyó su mano sobre el hombro de Aliena. Observó como Christian se
recolocaba el paquete. Al parecer se estaba poniendo cachondo. Aliena no quería
montar ningún numerito mientras su prima Tamara estuviera todavía allí, pero su
humor iba empeorando por momentos. ¿Por
qué cojones no me habré quedado en el coche? Pensó Aliena. Decidió que no
iba a montar ninguna escena, pero que iba a poner a aquel humano salido en su
sitio.
Se
acercó un poco más a Christian, dejando ver su escote, le puso una mano en una
pierna y le susurro al oído.
―¿Te
gustaría conservar las pelotas en su sitio? Pues deja de tratar de llevarme a
la cama. No estoy aquí porque quiera echar un polvo contigo. Estoy aquí por mi
prima, ¿entendido capullo? ―le agarró los testículos. Mientras hablaba había
deslizado su mano hasta las partes íntimas de Christian. Éste se limitó a
asentir incapaz de pronunciar palabra alguna.
Aliena
siguió observando la sala. Paseó sus ojos por todos y cada uno de los humanos
que estaban sentados allí. Y fijó su atención en tres tipos sentados en el
rincón más alejado del establecimiento. Aquellos tres tenían su mirada clavada
en sus primas y en ella. Sombras,
pensó Aliena. Aunque no le había llegado el característico olor a huevos
podridos, estaba completamente segura de que aquellos tres eran sombras. No
podía fastidiarle la cita a Tamara, y tampoco podía llevarse a Mhira con ella
para ver qué era lo que estaban tramando aquellas sombras, así que decidió
mentirles y dejar que las dos siguieran con los planes establecidos.
―Yo
me voy ya ―dijo mientras se ponía en pie.
―¿Cómo
que te vas? ¿No habías dicho que te quedabas?
―Acabo
de recordar que tengo que ir a un sitio muy importante. Mhira, cuando quieres
que te lleve a casa, llámame y te recojo ―sabía que con aquellas palabras su
prima entendía el mensaje. Si Marc resultaba no ser el Vahal de Tamara, Mhira llamaría a Aliena y ambas irían a protegerla
mientras sufría el Mhado.
No
dijo nada más, se estiró la chaqueta para que no se le viera el arma, miró
descaradamente a las sombras y salió por la puerta.
Anduvo
tranquilamente por la calle, en dirección a un callejón que no había muy lejos
de allí. Se giró un par de veces para ver si el trío de sombras la seguía y
comprobó que así era.
En
cuanto entró en el callejón, sacó su arma de debajo de la chaqueta y se preparó
para recibir a las sombras. Pero no aparecieron. Pasaron los minutos y allí no
se presentó nadie. Ni tampoco le llegó ningún desagradable aroma que le
anunciara la presencia de sombras en las cercanías. Tras diez minutos
agazapada, decidió incorporarse y acercarse lentamente a la boca del callejón.
Pero en cuanto dio cinco pasos, ocho sombras la rodearon.
―Vaya,
vaya, mirad a quién nos hemos encontrado. Aliena, qué sorpresa verte aquí.
―Sí
claro, cómo si no supiera que me habéis estado siguiendo. ¿Qué queréis?
―Poca
cosa ―dijo la sombra que llevaba la voz cantante. Al parecer, seguían teniendo
una jerarquía y aquel tipo era el líder de aquellas sombras. Pero sabía que ese
tipo no era Arestes, el nuevo Príncipe de las Sombras. ¿Quién era y quién les
había mandado?― Simplemente queremos esa bonita cabeza que tienes en una
bandeja de plata para llevársela a nuestro señor.
―¿Qué
pasa? ¿El capullo de Arestes se ha vuelto un cobarde y es incapaz de venir a
capturarme él solo? ¿O es que sabe que no tiene ninguna posibilidad? ―Aliena
observó a las sombras. Seguía sin entender por qué no desprendían ese hedor que
les caracterizaba.
―Lo
cierto, querida, es que Arestes no es nuestro señor ―sin más dilación, se
abalanzaron sobre ella.
Aliena
saltó sobre sus talones y se impulsó con la suficiente fuerza como para saltar
por encima de la cabeza de aquellos tipos que se lanzaron en tropel a por ella.
Disparó su arma al mismo tiempo y derribó a dos sombras. Sacó una lágrima y
entonó aquellas palabras que tanto temían las sombras.
―
Mhia sha rho[3] ―una de las sombras abandonó a su
huésped y, a la fuerza y con sumo dolor, acabó encerrada en la lágrima que
Aliena sostenía.
La
princesa cayó al suelo y tuvo que barrer de una patada a dos tipos más que iban
a por ella mientras le disparaba a un tercero. De lo más profundo del callejón,
cinco sombras más salieron a su ataque. Aquello iba a ser una guerra sin
cuartel.
Aliena
se encaró a tres sombras, derribándolas de una patada rasa. Pero las nueve
sombras restantes, incluido aquel que parecía ser el líder, se lanzaron de
golpe a por ella. Vació el cargador de su pistola en los cuerpos de cuatro de
las sombras y se preparó para atacar a las demás. Lamentó haberse dejado el Whiren[4]
en el Mercedes. Y justo en aquel momento sonó el iPhone de Aliena.
―¡Joder!
―dijo mientras esquivaba el golpe de una sombra y le propinaba una patada en la
barbilla a otra. Al caer al suelo, se agazapó y barrió de otra patada a otro
tipo que iba a por ella―. Responder ―dijo Aliena en voz alto para que el
teléfono reconociera la orden.
―Oye
Aliena, parece que ese imbécil, como tú le llamas, sí que es el Vahal de Tamara. Llevan un buen rato
metidos en la habitación que han alquilado y estoy hasta las narices de oírlos
jadear. ¿Pasas a por mí y hacemos guardia en el coche?
―Estoy
un poco liada ahora mismo, Mhira ―vociferó Aliena al tiempo que estampaba a una
sombra contra una pared y le partía el cráneo en dos. Pero no le dio tiempo a
esquivar a otro y cayó al suelo, rompiéndose una costilla―. Mierda.
―¿Se
puede saber que estás haciendo? ―gritó Mhira histérica al oír a su prima―. ¿Y
dónde te has metido?
―Estoy
en el callejón que hay cerca del establecimiento donde estábamos. Habían tres
sombras allí que no dejaban de mirarnos y he decidió salir para que me
siguieran y dejaran en paz a Tamara con Marc. Pero ahora son doce y me he
quedado sin balas. ¡Joder! ―volvió a gritar Aliena mientras le partía el cuello
a una sombra que había tratado de agarrarla por detrás―. Once. Me acabo de
cargar a una.
―Voy
para allá ―dijo Mhira mientras salía corriendo a ayudar a su prima.
Pero
parecía que las sombras no se acaban nunca. De pronto se dio cuenta que estaba
siendo atacada por más de veinte engendros.
No
iba a salir de allí sin sufrir daños. De eso estaba segura. Pero tampoco se iba
a rendir. Ella era Aliena, una Valyria, la Princesa de Luz, hija de Nymeria y
Daniel, así que pelearía hasta el último aliento.
Un
tipo enorme la agarró por detrás, tratando de ahogarla. Le apretaba con tanta
fuerza la garganta que estaba segura que en menos de un minuto se iba a quedar
sin aire. Eso no iba a matarla, pero sí a dejarla fuera de combate para que
hicieran con ella lo que les diera la gana. Se acordó de los dichosos zapatos
que llevaba, y le clavó el tacón con todas sus fuerzas al tipo en cuestión,
traspasándole el empeine. El tipo vociferó de dolor, pero Aliena ya empezaba a
marearse a causa de la falta de oxígeno.
―No
la sueltes ―gritó el líder de las sombras―. Tenemos que traspasarle el corazón
con la espada y cortarle la cabeza para nuestro señor.
Aliena
empezó a verlo todo turbio y borroso. Aquel tipo no dejaba de apretar con
fuerza sobrehumana su cuello. En un intento desesperado, le clavó el otro tacón
en el otro pie y cuando el tipo se dobló ligeramente de dolor, Aliena lo agarró
por los testículos con toda su fuerza y se los estrujó, hasta que la sombra
empezó a soltar su sujeción y Aliena cayó al suelo, con la mirada perdida,
tratando de recobrar el aliento.
Las
sombras fueron a por ella. Estaba indefensa y tirada en el suelo. No tendrían
una oportunidad como aquella. Además, Aliena se recuperaba con mucha rapidez,
así que debía aprovechar el momento. La Princesa de Luz iba a caer en sus
manos, y su señor iba a estar enormemente complacido por el trabajo que iban a
hacer. Eso sí, debían de actuar con celeridad.
Arestes
supo que aquel era el momento de actuar. Llevaba casi cien años observando
desde la lejanía a Aliena. Él tenía las mismas ganas que aquellas sombras de
verla muerta, pero primero necesitaba que Aliena cumpliera con su misión y
eliminara al que un día se hizo llamar el Príncipe de las Sombras. Ella tenía
que matar a Magnus y luego él, cuando hubiera ocupado su lugar y tuviera a
todas las sombras a sus pies, ya se encargaría de Aliena. Pero de momento la
necesitaba viva.
Saltó desde su posición y cayó al lado de un
tipo, al que le arrancó el corazón con sus propias manos en el mismo momento en
que se giró. Se abalanzó hacia la decena de sombras que rodeaban a Aliena con
su espada en la mano. Era la misma espada con la que había matado a Ele cien
años atrás y que le habían robado a una Valyria hacia un par de siglos.
Decapitó a cuatro de un solo golpe y atravesó a dos más como si fueran un
pincho moruno. Se plantó entre Aliena y las sombras que pretendían matarla,
blandiendo la espada y con el odio reflejado en su mirada.
―¿Ahora
te dedicas a proteger a la mujer que te quiere matar? ―le dijo el líder de las
sombras―. Apártate de ahí si no quieres que te matemos a ti también.
―Mira
que puedes ser ridículo cuando te lo propones, Zacarías. ¿De verdad crees que
tú y tus esbirros podéis conmigo?
―Apártate
Arestes. No estoy bromeando ―Zacarías dio un paso adelante y las demás sombras
le imitaron.
―Voy
a contarte un secreto, Zacarías. Os voy a matar a todos, excepto a ti. Y le vas
a dar un mensaje al capullo de Magnus. No tocará a Aliena mientras yo esté
aquí. Ella cumplirá con su destino.
Y
sin mediar más palabras, Arestes ejecutó su danza mortal. Giró sobre sus
talones y destripó a varias sombras, mientras las demás trataban de atacarlo.
Otra sombra no hubiera tenido ninguna posibilidad de salir con vida de allí,
pero Arestes había acumulado mucho poder en los últimos decenios, con la clara
intención de proteger a Aliena y luego utilizar esa misma fuerza para
eliminarla.
Pero
de pronto, desde el otro lado del callejón se oyó el cántico de una Valyria que
acudía al rescate de su princesa. Mhira había llegado y en una mano llevaba un
arma con la que empezó a disparar y con la otra sujetaba una lágrima.
Arestes
se acuclilló al lado de Aliena, que se había recuperado y quería ponerse en
pie, y le dijo al oído: Mantente con
vida y fuerte, princesita, hasta que elimines a Magnus, porque luego iré a por
ti―. Y como la sobra que era, desapareció.
Mhira
corría como una posesa por la calle, empujando a todo aquel que se le cruzaba
por delante. Derrumbó a una mujer que paseaba a su perrito y estampó a un joven
contra una papelera. Tenía que llegar a tiempo de ayudar a su prima.
Joder Aliena,
¿por qué te has tenido que largar sola? Maldijo para sus adentros, sabiendo la
respuesta incluso antes de formular la pregunta. Aliena había ido a cumplir con
su cometido; proteger a su Tamara mientras estaba con Marc. Si aquellas sombras
habían estado allí era para espiarlas y mantenerse al acecho, por si Marc no
resultaba ser el Vahal de Tamara,
ambas primas tendrían que ir a protegerla. Y Aliena había decidido adelantarse
a ellas.
Sacó
su pistola cuando vio que el callejón estaba cerca y se arrancó la lágrima que
llevaba colgando del cuello. Entró a tropel en el callejón, pegando tiros y
gritando las palabras que tanto temían las sombras.
―Mhia sha rho ―vociferó al tiempo que le
disparaba a un tipo volándole la tapa de los sesos. En ese momento vio como una
sombra estaba acuclillada al lado de Aliena―. Arestes―. Farfulló Mhira mientras
corría hacia su prima. Pero antes de llegar, Arestes había desparecido. Miró a
su alrededor y vio el desastre que había allí. Había cerca de quince cadáveres
esparcidos por el suelo. El resto de las sombras habían desaparecido.
Aliena
había conseguido recobrar el aliento. Se incorporó lentamente y vio el dantesco
espectáculo que presentaba ante sus ojos. Hombres muertos tirados en el suelo,
como si fueran marionetas rotas y abandonadas. Y recordó las palabras de
Arestes. Mantente con vida y fuerte,
princesita, hasta que elimines a Magnus, porque luego iré a por ti.
Así que eso es
lo que quieres de mí. ¡Maldito cabrón! Pensó mientras hacía que sus dientes
chirriaran de furia e ira. Le pegó una patada a una lata de cerveza que había
allí y vio como quedaba espachurrada en la pared de enfrente.
―¿Me
estás escuchando, Al?
―No
―dijo sin mirar a su prima. Estaba tan furiosa consigo misma y con Arestes que
en ese momento no le apetecía hablar con nadie y mucho menos que su prima le
echara una bronca, que era lo que iba a hacer.
―Te
he dicho que no deberías haber venido sola. ¿Qué te hubiera costado decirme lo
que pasaba?
―¿Es
qué no sabes pillar las indirectas, Mhira?
―No
te hagas la graciosa conmigo, ¿quieres? Te podrían haber matado, Aliena. De
verdad que a veces me da la sensación de que no eres consciente del papel que
te queda por desempeñar.
―Hazme
un favor, Mhira, deja de joderme que no estoy de humor. Será mejor que
preparemos esto. Haremos que parezca una pelea entre bandas callejeras. Tú
ocúpate de ese lado ―acto seguido se dispuso a preparar a la mitad de los tipos
muertos para que pareciera una pelea entre bandas.
Al
cabo de cinco minutos las dos primas ya habían terminado con su trabajo y se
encaminaban hacia el coche. Aliena se hartó de llevar los tacones puestos y se
los quitó. Iba a lanzarlos a una papelera cuando su prima se los arrebató de la
mano.
―Si
tiras mis Manolos de dos mil euros a
la basura, te arranco la cabeza ―le dijo con el ceño fruncido y cara de mala
leche. Aliena jamás comprendería para que servían unos zapatos de tacón de dos
mil euros más que para causarte dolor de pies.
Aliena
siguió sin mediar palabra con su prima cuando entraron en el coche. Lo primero
que hizo fue quitarse los dichosos vaqueros y la camiseta y volver a enfundarse
su mono de piel, sus botas y colocar el Whiren
en su sitio. Si algo había aprendido aquella noche era que jamás se volvería a
separar del cuchillo que un día forjó Él.
Y que tras clavárselo a Magnus en el corazón, insertaría en él al capullo de
Arestes.
Te vas a
arrepentir, Arestes. Juro que vas a lamentar haberme dejado con vida.
―¿Por
qué crees que te ha atacado Arestes?
―No
quiero hablar de ello, Mhira.
―Joder
Aliena, ¿tanto te cuesta reconocer que tengo razón y que no tenía que haberte
ido sola? Lo único que no entiendo es por qué quiere eliminarte Arestes. Si te
mata, no podrás cargarte a Magnus y por tanto, él no será el Príncipe de las
Sombras. Mira que puede ser estúpido ese tío cuando se lo propone.
―¿Le
queda mucho a Tamara? ―dijo Aliena sin hacerle caso a su prima.
―No
tengo ni idea, ¿por qué?
No
le respondió. Sacó su iPhone y llamó a Shura.
―Hola
Al ―le encantaba aquella Valyria. Era fuerte, dura, pero de un corazón
inmensamente noble.
―Shura,
¿estás ocupada? ―desde que Shura había encontrado a John el día que ayudó a su
padre a sacar a su madre de la discoteca The Hell, Shura estaba muy ocupada,
normalmente en la cama con su Vahal.
―No,
cielo. ¿Quieres algo?
―Sí.
Verás Mhira y yo estamos haciendo guardia frente un hotel donde está Tamara con
un hombre, que al parecer es su Vahal.
Pero yo tengo cosas que hacer en casa y Él
me había pedido que fuera a verle, para hablar conmigo y se me había olvidado.
¿Podéis venir tú y John y hacerle compañía a Mhira?
―Claro.
Dame la dirección ―Aliena le dio la dirección y la Valyria le prometió llegar
en menos de quince minutos.
―Dime
que no te vas a ir sola a buscar a Arestes o llamo a tu madre y le cuento lo
que ha pasado.
Aliena
fulminó con la mirada a su prima antes de responderle.
―Me largo a casa, lista. Estoy hasta los
ovarios de esperar a que Tamara acabe de echar el polvo de su vida ―volvió a
clavar su mirada al frente. Lo que iba a hacer era darle una soberana paliza a
Magnus por mandar a aquellas sombras a por ella. E informar a su bisabuelo.
Porque tras la pelea, Aliena estaba segura de que se escondía algo más.
[1]
Vahal: pareja de una Valyria.
[2]
Mhado: Reconstrucción del himen
de una Valyria tras haberse acostado con un hombre que no es su pareja.
[3] Mhia
sha ro: que la luz te atrape
(expresión en lengua valyria)
[4]
Whiren: puñal forjado por Él (Él
hace referencia a un ser ancestral conocido como El Bien) El Whiren sirve para
eliminar a las sombras.
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