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miércoles, 25 de marzo de 2015

Primer capítulo de La Reina Valyria completo.

A mis ángeles ocultos:
Amores, aquí os dejo el primer capítulo de La Reina Valyria completo!!!
que disfrutéis de la lectura.
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PRIMER CAPÍTULO COMPLETO DE LA REINA VALYRIA. 
A LEER SE HA DICHO!!!
CAPÍTULO UNO
Sangre, dolor y sufrimiento. Lágrimas derramadas por un alma que había tenido un final que no le correspondía. Aromas a muerte, frustración y rabia se mezclaban en el espeso ambiente de una lúgubre noche. Una noche en la que un ser que no debía existir se había cobrado una inocente vida. Los vidriosos e inertes ojos de una bonita chica que había perecido de la forma más cruel e inhumana posible, la observaban, como si la culparan de lo ocurrido. Ira, cólera y desesperación latían con fuerza en el interior de Nymeria, que siseó entre dientes, exhalando un inhumano alarido, haciendo patente que su hosco carácter había empeorado. Sus planes habían fallado y, una vez más, Magnus la había derrotado. Otra batalla perdida. Sus puños se apretaron, sus dientes chirriaron y las aletas de su nariz se movieron al compás de su violenta respiración, mostrando a todos sus acompañantes que la mejor opción era no estar al alcance de su ira. 
Sus acompañantes se sentían igual de frustrados, coléricos y furiosos que Nymeria. Altea miró a Raúl, su hombre, con ojos serenos pero llenos de dolor. Él puso sus manos sobre los hombros de su guerrera, tratando de darle el consuelo que sabía que no encontraría. A Andrómeda parecía no importarle nada de lo allí ocurrido. Ella sola había eliminado a cinco sombras de un plumazo. Se soltó el cabello mojado por el sudor y le mostró las rasgaduras de su camiseta favorita a Rod, el hombre que la volvía loca, con una enorme sonrisa en su rostro. 
―¡Explícanos de qué te ríes, Andrómeda! ―dijo Nymeria entre dientes, mientras daba dos pasos y se ponía delante de Andrómeda. Le dio un leve empujón que hizo que An diera dos pasos atrás. Rod su puso al lado de su mujer, dispuesto a que recayera sobre él la cólera de Nymeria. Pero Andrómeda se apartó un mechón de su húmedo cabello del rostro, se recolocó la camiseta y apuntó con su dedo el pecho de Nymeria, dándole pequeños golpecitos sobre él mientras le respondía. 
―¿De qué me río? Pues de ti, querida. De que tienes mil trescientos años, sigues más sola que la una y, a pesar de continuar creyendo en la profecía, insistes en hacer lo que te da la gana, sin seguir ninguna de las reglas que deberías cumplir para que se hiciera realidad. Y encima te cabreas cuando ocurren cosas como ésta ―dijo Andrómeda, con aquella sonrisa irónica dibujada en su rostro. 
―¿Cómo te atreves a hablarme así? ¿Qué quieres, que te dé una paliza? ―el contenedor de basura salió volando a causa de la patada que Nymeria le había dado.
―Nymeria, deberías tranquilizarte ―Altea, la gemela de Andrómeda, era la única capaz de calmar a Nymeria.
―No me da la gana.
―Nymeria, por favor. ¿Es que no te das cuenta de que esto parece estar preparado, como si trataran de distraernos? ―Altea trató de poner orden en la caótica situación allí ocurrida. 
―De lo que me doy cuenta es de que esto es un maldito desastre ―giró sobre sus talones con las manos abiertas―. Limpiadlo todo ―ordenó mientras se disponía a marcharse.
―¿A dónde vas? ―Raúl, el hombre que compartía el corazón, el alma y el cuerpo con Altea, se plantó frente a ella.
―Apártate Raúl.
―Sabes que Altea tiene razón. Todo esto es un montaje y ninguno de nosotros debería ir solo por ahí ―cuadró los hombros, impidiendo que ella viera el temor en sus ojos. Nymeria era capaz de atemorizar al mismísimo Diablo cuando se enfurecía de esa forma.
—Necesito despejarme ―sin mediar ni una palabra más, agarró a Raúl por un brazo y lo lanzó a unos diez metros. Por suerte, él aterrizó sobre sus talones. Imaginó que Nymeria haría algo así. La conocía demasiado bien.
El olor a goma quemada quedó suspendido en el aire cuando Nymeria abandonó el lugar haciendo patinar las ruedas de su vehículo. Sus cuatro acompañantes sabían que, en momentos como aquel, era mejor dejarla sola, a pesar de que ninguno sabía adónde se dirigía y eso los inquietaba y preocupaba. Pero no había otra opción más que acatar las órdenes de Nymeria. 
Sin respetar ni una sola señal de tráfico, ni un semáforo en rojo, haciendo que los demás vehículos se apartaran de su camino mientras hacían sonar sus cláxones, Nymeria se adentró en la ciudad, tratando de sacar de su interior toda esa cólera que la consumía por momentos. A pesar de saber que ni ella ni ninguno de sus acompañantes era culpable de lo ocurrido, Magnus había vuelto a matar y ella no había podido detenerlo. Y ese era su cometido; detenerlo, capturarlo, cazarlo. La frustración recorrió su interior, como un devastador volcán en erupción, quemándola y arrasándola. Nymeria pisó el acelerador hasta el fondo. 
Se detuvo en el único lugar donde podía encontrar la paz. Décadas viviendo en una ciudad que podía albergar lo mejor y lo peor de todas las razas que habitaban el mundo y sólo allí, ella encontraba la paz que necesitaba. En la actualidad el lugar era una cafetería, pero antaño fue una panadería, donde ella, cumpliendo con su misión, protegió a sus antiguos habitantes de las sombras. La inesperada recompensa que encontró fue ser tratada como una humana normal y corriente, a pesar de no haberlo sido nunca, encontrar la amistad y el cariño de gente que antepuso su condición de persona a la de inmortal y, durante años, acudió allí para poder encontrar el sosiego que su alma necesitaba para poder seguir desempeñando su cometido. Cuando Nymeria entraba allí, recordaba lo que era sentirse valorada por aquellos a los que debía proteger, no ignorada, e incluso a veces, atacada verbalmente.
Nymeria se percató de que los dos dependientes eran nuevos. La última vez que visitó aquel lugar, ninguno de los dos estaban allí. Pasó sus manos por encima de su gabardina de piel, se colocó las gafas de sol para ocultar sus ojos rojos y entró en el local. Supuso que ambos jóvenes pensarían que estaba loca por ir con unas Ray-Ban último modelo a las tantas de la madrugada, pero le dio igual. 
―Ponme un café solo y uno de esos bollos ―ordenó mientras señalaba los dulces que tanto le gustaban. 
―Por supuesto, guapa. ¿Quieres algo más? ―el camarero rubio, que creía que era irresistible, trató de ligar con ella. Nymeria resopló y decidió ignorarlo. Había acudido allí buscando paz, no guerra. Y ese muchacho no tenía ni idea de lo que ella era capaz.
―No ―respondió antes de girarse y sentarse en la mesa que ocupaba el rincón más apartado y menos iluminado del local, donde nadie la veía.
―Menudo corte te ha pegado, colega ―le comentó el compañero moreno mientras le preparaba el café.
―Ella se lo pierde.
―El que se lo pierde eres tú. ¿Has visto como está esa tía? Pero si me he excitado nada más verla ―Nymeria agarró una revista de la mesa contigua y trató de leer para no escucharlos. Llevaba demasiado tiempo oyendo el mismo tipo de comentarios soeces y grotescos. Respiró hondo y templó sus exacerbados nervios.
El camarero se acercó a ella, con el café y el bollo en una bandeja, devorándola con la mirada, creyendo que tenía alguna oportunidad. ―Su café, señorita ―dijo con un zalamero tono de voz―. ¿Está segura que no quiere nada más? 
Entre las virtudes de Nymeria no se encontraba la paciencia. Quería calma, no enfrascarse en una absurda discusión que podía solucionar de un plumazo. Sentía que aquel joven estaba invadiendo su remanso de paz. Y encima aquella no era una buena noche para que un tipo intentara llevársela a la cama. Zanjó el asunto de la única forma que conocía. Imponiendo su voluntad e insuflando terror. 
―Sí ―los ojos del chico se iluminaron ante la expectante respuesta. Pero cuando Nymeria se bajó ligeramente las gafas de sol para mirarlo por encima de la montura, la expresión del pobre chaval cambió―. Que dejes de intentar llevarme a la cama, porque si tu amiguito o tú hacéis un solo comentario más, os arranco los testículos ―finalizó guiñándole un ojo. Para otro hubiera sido un gesto de complicidad, pero los centelleantes ojos rojos de Nymeria sólo indicaban una cosa. Hablo en serio y soy peligrosa. El chico se largó con el susto metido en el cuerpo. 
Ninguno de los dos hizo un comentario más. Nymeria se había asegurado de hablar en un tono suficientemente alto y amenazador como para que el otro camarero la oyera. Ambos se dedicaron a sus quehaceres mientras ella se tomaba el café y el bollo. Lo cierto era que, por muy soplagaitas que fueran los dos, el café estaba exquisito. Eso tenía que reconocerlo. Para lo único que servían era para preparar el mejor café del mundo. Nymeria decidió sumergirse en la oleada de tranquilos y pacíficos recuerdos que se despertaban en su mente al estar en aquel lugar y saborear uno de los sabrosos bollos. 
Las luces de un coche iluminaron el local cuando se colaron por uno de los enormes ventanales. El motor se caló y su conductor trató de volverlo a arrancar, sin fortuna. El afinado oído de Nymeria escuchó la sarta de maldiciones y tacos que el conductor propinó al no lograr arrancar el vehículo. Sonrió. No era la única que estaba de mal humor aquella noche. Con una sonrisa en sus labios, siguió leyendo la revista, ignorando lo que ocurría a su alrededor.
Daniel no consiguió que el motor de su coche arrancara. Por su boca salieron una sarta de tacos e improperios al tiempo que golpeaba el volante, furioso. Abrió la guantera del coche, buscando el arma que había adquirido años atrás. Ser hijo de quién era había provocado que decidiera llevar consigo un arma, por si sus conocimientos de artes marciales no eran suficientes a la hora de protegerse de posibles enemigos. Pero aquella noche, sólo tenía sus manos para defenderse. El arma se había quedado en su apartamento de lujo. Se enfureció consigo mismo. Trató de volver a arrancar el coche, pero no lo consiguió. Necesitaba llegar a la comisaria y pedir ayuda, pero su coche ya no volvería a funcionar. Decidió entrar en la cafetería y pedir auxilio. Alguien tenía que ayudarlo. 
Entró a trompicones en la cafetería. La adrenalina recorría sus venas a una velocidad vertiginosa, haciendo que le costara mantener el equilibro y que tropezara con varias sillas. Abrió la cartera y soltó un fajo de billetes en el mostrador. Los dos camareros lo miraban con cara de pocos amigos. Parecía estar borracho. El moreno cogió el bate de beisbol que había escondido bajo la barra. 
―Os compró el vehículo que tengáis ―dijo Daniel mientras se agarraba a la barra y trataba de respirar con normalidad. 
―Tú estás mal del coco, tío ―respondió el camarero rubio.
Daniel no trató de convencerles con buenas palabras. El tiempo corría en su contra. Así que agarró al camarero rubio por la camisa y le gritó a un palmo de sus narices. 
―Tienes dos opciones. O coges el dinero y me das las llaves del coche o moto que tengáis, o te parto la cara y me llevo las llaves, el dinero y el vehículo. 
―Suéltalo ―amenazó el moreno con el bate en la mano. 
Daniel le dio un empujón al camarero rubio y se dispuso a pelear con el moreno, pero en ese preciso instante se escuchó como dos vehículos frenaban en seco frente a la cafetería. Se giró y comprobó que eran los hombres que le seguían. Corrió hacia el baño, con la esperanza de que pudiera escapar por alguna ventana. La huida por la puerta principal de la cafetería ya no era una opción viable. 
―¡Mierda! ―el baño no tenía ventanas. Sus posibilidades se agotaban. Sacó el móvil del bolsillo y llamó a la policía. Tal vez llegaran a tiempo de sacarlo de allí y detener a aquellos hombres que se habían empeñado en darle caza.
Nymeria no prestó atención al conductor. Seguía enfrascada en la revista, leyendo un artículo muy interesante sobre análisis de conductas en asesinos en serie. Lo cierto es que no se creía ni la mitad de lo que ponía en ese artículo. Ella sabía demasiado bien a qué se debía el comportamiento de muchos asesinos. No necesitaba que un psiquiatra se los descifrara. 
Su paz terminó en el preciso instante en que le llego el tufo a huevos podridos. Entre maldiciones mentales, dejó con cuidado la revista sobre la mesa y se hundió un poco más en la silla, ocultándose en la penumbra de aquel rincón. Dos sombras habían entrado buscando algo o a alguien. Agradeció llevar mil trescientos años en la tierra y haber aprendido a ser casi invisible cuando lo necesitaba. Se deslizó por la silla hasta alcanzar el suelo, se colocó tras un biombo que había para separar su mesa de la contigua y observó por el ventanal que era lo que ocurría en el exterior. 
Vio que el coche del conductor tenía una serie de balazos en el lado izquierdo que habían afectado al motor. De ahí que aquel vehículo no volviera a arrancar. A su lado, dos coches más, los de las sombras que había entrado en el local y un poco más lejos, su Hummer. 
Tras la evaluación del exterior, observó con detenimiento a las sombras y a los camareros. Vio unas gotas de sangre en el suelo. Siguió el rastro y comprobó que venía del exterior. El conductor estaba herido, lo que crispó más los nervios de Nymeria. Con una muerte ya tenía bastante. Sacó su móvil del bolsillo y lo dejó llamando. Sus compañeros localizarían su posición por el GPS del teléfono, cosa que enfadaba tremendamente a Nymeria. Aquellas sombras habían profanado su lugar de paz y sosiego, y ahora, cuando decidiera desaparecer de la vista de todo el mundo, los suyos sabrían dónde encontrarla. Aunque si trataba de buscar el lado positivo de las cosas, tal vez la noche no fuera tan infructuosa como había creído. Se colocó las gafas de sol, acarició la hermosa lágrima de cristal que llevaba colgando del cuello y revisó los cargadores de las pistolas que llevaba escondidas bajo la gabardina. Luego esperó el momento oportuno para entrar en acción. 
Las dos sombras habían poseído a dos tipos enormes. ¿Por qué siempre tenían que poseer a tipos grandes y musculosos? ¿Es que no habían aprendido, a lo largo de los siglos, que eso no les servía de nada frente a las de su raza? Parecía que no. 
Los dos tipos estaban en la barra, uno empuñaba un arma, encañonando al camarero rubio. El otro camarero, el que se empalmaba rápidamente, buscó el bate de beisbol que su compañero había dejado debajo de la barra. ¡Cómo si eso le fuera a servir de algo! Pensó Nymeria. Lo único que iba a conseguir era que les mataran antes de tiempo. Pero por si aquello no fuera suficiente, entraron dos sombras más. 
―¡Dejad de hacer el gilipollas! Magnus ha dicho que quiere al conductor. ¿Dónde está? ―preguntó dirigiéndose a los camareros. El rubio señaló la puerta del baño―. Id a por él. 
¿A él? Pensó Nymeria. ¿Quién era ese hombre que Magnus quería capturar y para qué? Lo que no imaginaba Magnus, es que tras escapar de las garras de Nymeria, iba a quedarse sin su presa. Porque si creían que se iban a llevar a aquel hombre, iban listos.
Sacó el teléfono del bolso y musitó dos palabras: 
―Daros prisa.
―¿Cuántos son? ―Altea fue la que respondió.
―Cuatro que yo vea. Vienen de parte de Magnus. Quieren capturar a un humano. 
―Estamos ahí en dos minutos.
¡Dos minutos! Demasiado tiempo―. Entro en acción―colgó. Sabía que si no daba por terminada aquella conversación, Altea empezaría a protestar.
―Vamos colega, abre la puerta. Si no lo haces, la tumbaremos de una patada ―amenazó una de las sombras. Pero no obtuvo respuesta ―. Abridla. 
Una de las sombras consiguió abrir la puerta de una patada, haciendo saltar por los aires el endeble pestillo. Entró en el baño y se oyó como forcejeaba con el conductor. 
―¿Qué queréis de mí? ¿Dinero? ―se vio un fajo de billetes volando por el baño―. Ahí lo tenéis. Y ahora dejadme en paz.
―Tú te vienes con nosotros ―le amenazó la sombra que había derribado la puerta. El conductor le dio una patada y el tipo cayó de culo. 
―Yo diría que no ―intervino Nymeria apoyada en el biombo―. Dejadlo en paz.
―¡Joder! Es Nymeria ―dijo el tipo que seguía encañonando al camarero rubio. El pobre chico ya le había dado todo el dinero, pero aquel tipejo sopesaba la posibilidad de volarle los sesos por puro placer. Los cuatro poseídos se acercaron. El conductor aprovechó el momento y volvió a cerrar la puerta del baño―. Vosotros dos, sacad a ese tipo de aquí ―dijo la sombra que llevaba la voz cantante a los dos tipos que estaban más cerca del baño.
―Por encima de mi cadáver ―replicó Nymeria. De un salto enorme se colocó frente a los tipejos. Noqueó a uno de un puñetazo en la nariz, rompiéndosela, a los otros dos los barrió de una patada. El cuarto ya salía por la puerta, dispuesto a pedir refuerzos.
Nymeria llamó a la puerta del baño, golpeándola con los nudillos. Pero el conductor no abrió. Decidió empujar levemente la puerta con el hombro, para ver si la podía abrir, pero el hombre que se había encerrado dentro estaba apoyado contra ella y debía estar haciendo mucha fuerza para no dejar pasar a nadie. Sus opciones y tiempo se terminaban. 
―Abre la puerta y te ayudaré a salir de aquí.
―Ya he llamado a la policía ―fue la escueta respuesta del conductor.
¡Mierda! Pensó Nymeria. La policía no lo ayudaría y empeoraría las cosas―. La policía no te va a sacar de este follón. Yo sí. Abre y déjame ayudarte. Yo sé cómo enfrentarme a esos tipos ―esta vez no obtuvo respuesta―. Sé que ese baño no tiene ventanas. No hay escapatoria posible ―una vez más el silencio fue lo único que obtuvo. Oía la respiración del hombre, agitada, puede que hasta convulsa, y decidió cambiar de táctica. Tal vez un poco de psicología no vendría mal en aquel momento―. Escucha, me llamo Nymeria. Puedo sacarte de aquí. Ni siquiera tienes que venir conmigo. Te daré las llaves de mi coche para que te vayas. Pero es mejor que tomes una decisión rápida, porque sólo he podido noquear a tres tipos. El cuarto ha ido a pedir ayuda y no tardará en regresar. Tienes medio minuto para decidirte. 
Nymeria no tuvo que esperar tanto tiempo. En apenas diez segundo se escuchó como la puerta se abría, lentamente. Y tras ella, apareció Daniel. Pero justo en ese momento una de las sombras se levantó y agarró a Nymeria por un brazo. Ella se dio la vuelta, le propinó una patada al tipo en toda la boca, saltándole un par de dientes, lo cogió por detrás y le partió el cuello. Daniel parpadeó, creyendo que así saldría de la ensoñación que estaba viviendo, cuando escuchó el crujir de las vértebras al partirse. 
Lo que hasta ese momento era una pesadilla, se convirtió en un sueño hermoso y mortífero. Si el dios Morfeo había decidido regalarle aquella visión, Daniel no quería despertar jamás. El atuendo de Nymeria le recordó a una heroína de películas fantásticas. La gabardina le llegaba casi a los pies y ondeaba al compás de sus felinos y letales movimientos. El mono de cuero se ajustaba a su esbelto cuerpo como una segunda piel, seduciendo y cautivando a todo aquel que la observaba. La larga y azabache melena enmarcaba un sutil y hermoso rostro esculpido en blanco alabastro. La palabra belleza se había creado para describir a aquella inquietante, sublime, peligrosa y letal mujer. Daniel sintió como una oleada de sentimientos indescriptibles e incontrolables sacudían su ser, erizando toda su piel. 
―Gracias ―alcanzó a decir, completamente hipnotizado por la presencia de Nymeria.
Durante unos segundos, Nymeria se dedicó a observar con detenimiento a aquel hombre. Jamás en su larga existencia había podido contemplar tanta beldad encarnada en el cuerpo de un varón. De porte elegante, facciones perfectas, cabellos negros, labios carnosos, ojos marrones y vivos, grandes manos, cuerpo ligeramente musculado e imponente estatura, el hombre que Nymeria tenía ante sí deprendía aplomo, seguridad y fuerza. Pensó en un momento en el comentario que haría Andrómeda ante un hombre así, pero no sonrió al pensar en la observación subida de tono que pasó por su mente. Pero ante todo, la guerrera que habitaba en su interior era la que llevaba el control, anteponiéndose a la mujer y su prioridad era sacar con vida a ese turbador hombre de aquel lugar.
―No me las des. Todavía no estás a salvo. ¿Cómo te llamas? ―consiguió decir tras su momentáneo ensimismamiento. 
―Daniel.
―Bien, sígueme Daniel, te sacaré de aquí ―una corriente eléctrica sacudió el cuerpo de ambos cuando Nymeria lo agarró de la mano para llevárselo de allí―. ¿Qué esta…? ¡Al suelo!
Nymeria tiró de Daniel con fuerza y lo hizo caer sobre ella. Sus rostros quedaron a escasos milímetros. Sus labios casi se tocaron. Daniel sintió como su corazón se aceleraba y no supo si era debido a la bala que había pasado rozando su cabeza o a la cercanía de aquella mujer. Ella lo empujó ligeramente, haciéndolo rodar sobre sí mismo y se sentó sobre la pelvis de Daniel, que luchaba con todas sus fuerzas para no empalmarse. Esa mujer era pura dinamita y despertaba un instinto dormido en Daniel.

1 comentario:

  1. Hola.Help!! Yo tengo el libro de la reina valyria pero en el primer cap no pone esto y la portada es diferente. Que signifca??? Y la reina de la luz es una secuela de la reina valyria???

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