BESO
Si mi dormitorio era triste, sin adornos, el despacho que ocupaba en la empresa no era menos deprimente. En una pared había una larga estantería, llena de carpetas, perfectamente ordenadas. Fuera se podía ver las fechas y el contenido de cada una. Sobre mi mesa estaba el ordenador, un bote con bolígrafos y lápices, una cesta de plástico, con papeles dentro, y nada más. Ni adornos, ni fotografías o cuadros en la pared, nada. Dejé el bolso y la chaqueta en el perchero que había tras la puerta, y me senté.
Me froté los brazos, tratando de calmar a las hormiguitas que seguían frenéticas y desquiciadas. Las mariposas parecían calmadas, de momento. Encendí el ordenador y me puse a trabajar. (...)
(...)
-Nunca debí cruzarme en tu vida.- Se castigó, más de lo que ya se castigaba.
-No digas eso…, por favor…, no lo digas.- Imploré, con dolorosas lágrimas apuntando en mis ambarinos ojos, mientras mis dedos seguían recorriendo su hermoso rostro angelical.
-Te lo compensaré.- Y sus palabras sonaron como un juramento.
Lentamente acercó su rostro al mío, con sus oceánicos ojos clavados en los míos, acariciándome el alma con aquella devota mirada suya. Las hormiguitas se despertaron y corretearon febriles por cada centímetro de mi cuerpo. Mi rostro seguía entre sus manos y se acercó un poco más a mí. Ahora sólo unos milímetros nos separaban, escasos milímetros que me parecían kilómetros. Se detuvo un segundo, una breve milésima de tiempo, para musitar.- Te amo.- Y frunciendo el ceño, al tiempo que cerraba los ojos con fuerza, posó sus carnosos labios sobre los míos, dulce y castamente, sin respirar, sin soltarme, dejándome probar su dulce sabor por primera vez en mi vida. Me aferré a su cuello, entrelazando mis finos dedos a sus dorados cabellos, deseando que se dejara llevar y que me arrastrara con él. Fue un beso dulce, que despertó cada uno de mis sentidos, que desató a la mujer, enterrada durante años, que me hizo sentir viva. Fue delicado, tierno y sublime, cargado de sufrimiento y de amor infinito. Fue mi primer beso. No el primer beso que él me daba, si no el primero que recibía en toda mi vida. Jamás nadie había probado mis labios. Por qué tenían dueño, incluso desde antes de conocerle. Le pertenecían a Chris, como le pertenecía mi vida.
Un beso, un abrazo y un mordisco
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