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sábado, 9 de julio de 2011

Almas Gemelas


ALEXANDER
Dejé que Chris tomara la iniciativa. Me volvió a cargar en sus hombros y me llevó por medio del bosque, hasta el palacete. Abrió la puerta de una patada y me soltó en el suelo, sin ninguna delicadeza por su parte. En el palacete habían restos del efluvio de Victoria y Lucian, y supuse que era allí donde mi cuñado la había llevado para hablar. Ahora parecía que Chris quería hacer lo mismo conmigo.
Seguía furioso, y sus ojos eran dos llamas rojas, sus colmillos estaba fuera y sus uñas resplandecían como puñales asesinos. Y por si aquello ya no era de por sí un claro indicio de su soberano cabreo, su pecho se puso a rugir. Me iba a caer una bronca y de las gordas.
-¿Por qué has dicho que te consideras un monstruo? Hace un rato me has dicho que ya no te veías como tal.- Dije tratando de suavizar la situación.
-Y no lo soy. Dejé de matar por placer cuando te conocí, Kara. Pero tú, hace un rato, has matado por gusto, por placer. Te dije que no quiero que te conviertas en un monstruo, en alguien como yo.
-Necesitaba la información, Chris.
-¡Y un cuerno, Kara! Has estado a punto de matar a Jake, y te has cargado a un cazador por placer. Lo he visto en tus ojos. Te has bebido su sangre y le has robado su luz.
-A eso se le llama alimentarse.
-No me provoques, Kara. Ni siquiera tenías hambre o sed. Eso lo vería venir.- Sus ojos seguía centelleando, y sus colmillos resplandeciendo. Las uñas habían vuelto a su posición normal. Parecía que el enfado se le pasaba.
-¿Cómo estás tan seguro?
-Porque tu luz no ha brillado por hambre. Ha brillado por sed de venganza. Te has descontrolado ahí dentro. Se te ha ido de las manos, y lo sabes.
-No estoy tan segura.- Dije por lo bajini, pero me oyó.
Se plantó en dos pasos frente a mí, me agarró por los hombros y me fusiló con la mirada. Su pecho volvió a rugir. Volvía a estar cabreado, muy cabreado.
-Escúchame bien, o encuentras la forma de canalizar tu energía o te juro que no volvemos a casa. No voy a exponer ni a los niños ni a nadie humano a tu furia. Aunque te tenga que encerrar en un sótano durante siglos, ¿me oyes?
Y me volvía enfurecer.- ¿De verdad crees que le haría daño a mis hijos o alguien de mi familia, Chris? ¿Te has vuelto loco o qué?- Sentí como las llamas volvían a prender en mi interior. Me descontrolaba por momentos sólo con pensar que no quería que viera a mis hijos.
-Es por tu bien, Kara. ¿Qué pasaría si te descontrolaras y atacaras sin querer a tu madre, a Vic o a Trizia, eh? ¿Qué te crees que pasaría?- Me gritó encolerizado.
-¡No lo haría!- Le repliqué yo gritando tan fuerte como él.
-¿Y cómo estás tan segura?- Me volvió a berrear.
-No lo sé, pero no lo haría.- Repliqué yo mirándole a los ojos. Ambos estábamos enfadados, y mi luz iba envolviéndonos a los dos. Sentí como Chris temblaba ligeramente por la fuerza que yo estaba desprendiendo.
-Lo harías, Kara. De eso estoy seguro.
-Jamás haría daño a alguien de mi familia.- Le refunfuñé.
-Tienes que encontrar la forma de canalizar esa energía, Kara. O esto se te escapará de las manos.
-¿Y cómo quieres que lo haga?- Le volví a gritar mientras mi luz nos envolvía a los dos con más fuerza.
-¡No lo sé!- Me devolvió el grito y con ganas.- ¡Pero hazlo!
Y entonces aquello se me escapó de las manos. No sé por qué, de hecho, por muchas vueltas que le he dado en estos años, sigo sin saber por qué hice aquello. De pronto, sentí la apremiante necesidad de él, de canalizar toda mi furia, mi fuerza y mi poder a través de él. Agarré una de sus muñecas e hinqué mis dientes. Chris se estremeció, de placer y dolor entre mis colmillos.
Bebe de mí.- Le dije mentalmente. Quería saber todo lo que sentía él en aquel momento. Necesitaba saber todo lo que él sentía y anhelaba de mí. Necesitaba que él me ayudara a canalizar todo lo que sentía yo en aquellos momentos. Sin importarme las consecuencias, sin importarme si aquello se nos podía ir de las manos a los dos y podíamos acabar muertos. Sólo sabía que lo necesitaba a él.
-No.- Me respondió.
Por favor.- Imploré. No podía llorar. Aquello era algo que había muerto en mi transformación, pero aunque mis ojos no podían derramar lágrimas, mi alma si podía hacerlo. Y lloré. Lloré por su amor, por su perdón, por mi necesidad de él, por miedo, por temor, por dolor, por sufrimiento. Lloré como jamás lo había hecho si siquiera cuando era humana.- Ayúdame.- Le imploré.
No sé que le hizo cambiar de opinión. Tal vez fueran mis lágrimas secas, o puede que los gritos desesperados de mi alma. El caso es que se acercó una de mis muñecas a su boca y me mordió. Un escalofrío de placer empezó a recorrer mi cuerpo y entonces supe todo lo que necesitaba saber.
A través de su sangre, vi qué era lo que él esperaba de mí. Me vi junto a él, jugando con nuestros hijos, como si fuéramos una familia normal. Me vi reír junto a él y a nuestra familia, mientras Aquiles y Jade apagaban las velas de su primer cumpleaños. Me vi tumbada en una cama, junto a él, desnuda, con sus manos de hielo acariciando mi piel, no dejando ni un milímetro sin ser tocado por él. Me vi estremecerme de placer entre sus brazos, siendo humana por momentos, e inmortal en otros. Me vi corriendo por un bosque con él, mientras cazábamos las luces que había cerca. Me volví a ver amada entre sus brazos, bajo su cuerpo de mármol, con él en mí, con su alma acariciándome, con su corazón latiendo a pesar de que eso era imposible. Le vi henchido de amor por mí, orgulloso de mí. Todo se limitaba a mí, a que yo tuviera la inmortal existencia que él no había tenido. Una eternidad plácida y feliz, junto a él.
Desclavé mis colmillos de su muñeca y le miré a los ojos. Él había hecho lo mismo, y sus labios habían dejado de succionar mi sangre. Sus ojos volvían a ser azules, arrebatadores, hirientes cuando tanta devoción y amor se agolpaban en ellos. Y entonces supe que no podía defraudarle. No a él. No después de que estuviera casi mil años esperándome. No cuando yo era la única que le podía aportar la paz y la calma que su alma necesitaba. No se trataba de mí. Ya no. Se trataba de nosotros, de las dos partes de un todo.
Acaricié su rostro de hielo, con suavidad, mientras mi luz se encogía en mi interior. Imitó mi gesto, y con mi rostro entre sus nervudas manos, acercó sus labios a los míos y me besó. Sin avaricia, sin locura, con amor. Con tanto amor que me dolió el alma. Por encima de todo, de su inmortalidad, de su poder, de su hambre de mí, de su necesidad de mí, estaba el inmenso amor que sentía por mí. Y en aquel beso me lo dejó claro. Tan claro que me quise flagelar por todas las veces en las que mi cabezonería se lo había puesto difícil, muy difícil. Esta vez, tanto el hombre como la bestia gritaban cuánto me amaban.
Empecé a desabrocharle la camisa. Mis manos decidieron obrar por su propia cuenta, y yo decidí que fueran mi alma y cuerpo los que hablaran por mí. Chris soltó mi rostro, sin dejar de besarme, para que yo pudiera quitarle la camisa. Abrí los ojos cuando se la hube quitado y dejé de tener su rostro entre mis manos, para poder acariciar su marmóreo pecho. Mientras mis ojos se perdían en la inmensidad de los suyos, mis manos hicieron lo propio en su torso.
Chris imitó mi gesto, y me quitó la camiseta que llevaba, dejándome ante él medio desnuda. ¿Sé podía sentir vergüenza? No lo sé, pero yo estaba segura que me había ruborizado. Temblaba de vergüenza ante él, por estar insegura. Las veces que habíamos hecho el amor, no servían de nada. Para mí, en aquel momento, era como si fuera la primera vez, como si me fuera a entregar a él por primera vez. Y tal vez era así.
Sus brazos me encerraron en la prisión que formaban alrededor de mi cintura. Los milímetros que nos separaban desaparecieron. Nuestras pieles se rozaron, y nuestras almas de acariciaron. Si se podía morir de placer, yo me estaba muriendo en esos momentos.
Me agarró por la cintura, y me obligó a sentarme en su cadera. Una de sus manos se posó en mi nalga, aferrándome a él. La otra se perdió en mi nuca, obligándome a acercar mi rostro al suyo para volver a besarme.
Conmigo aferrada a él como quién se aferra a la vida, subió las escaleras. Nuestros labios no se separaron. Era lo bueno de no necesitar respirar. El beso se podía alargar hasta el infinito.
Sin dejar de besarme, me dejó en el suelo, y sus manos empezaron a pelear con el cierre del sujetador. Por un momento creí que me lo arrancaría, pero no fue así. A pesar de que mi lengua había rozado uno de sus colmillos y de que parecía que yo estaba entre las manos de la bestia, era el hombre el que llevaba el control. Y el hombre me estaba amando, esta vez sin dolor, sin sufrimiento, sin miedo o temor a herirme. Bestia y hombre me amaban, y ninguno de los dos podía ganar la batalla, porque ambos me querían de igual manera.
Mis manos se volvieron a perder en su torso, acariciándolo desde el cuello hasta el ombligo. Llegué a la altura del botón de sus vaqueros, y se lo desabroché. Metí los pulgares entre los calzoncillos y su piel, y lo dejé desnudo. Y él imitó mi gesto. Ahora, simplemente éramos dos cuerpos uno frente al otro.
Y entonces decidí mirarle como no lo había hecho hasta ahora. Observé el esplendor de su cuerpo, la magnificencia de su anatomía, de cada centímetro de su piel, mientras él hacía lo mismo conmigo. Nos acariciamos con las miradas. Y ambos, temblamos de placer.
Me volvió a envolver entre sus brazos. Mi cuerpo tembló, porque pedía a gritos que él me amara, que me hiciera suya. Me tomó en brazos, me tumbó en la cama y yo me dejé llevar.
Sus manos no dejaron un milímetro de mi cuerpo sin explorar. Las mías se perdieron en su anatomía. Sus labios besaron mi cuerpo, su lengua lamió mi ser. Me pareció escuchar como nuestros corazones, congelados en el tiempo, se aceleraban y corrían juntos hacia el colapso. Y entonces, cuando Chris entró en mí, todo fue diferente. Realmente, era la primera vez que hacíamos el amor.
Él se hundió en mí, con la delicadeza con la que solía hacerlo. Yo me agarré a él, como quién se agarra a la vida, gimiendo y estremeciéndome, oyendo como él jadeaba de placer y amor. Y entonces, mi luz volvió a brillar.
Nos envolvió a los dos, con más fuerza que nunca. La cama se movió, y no era por nuestros movimientos. Era por la fuerza que mi luz desprendía. Miré a los ojos de Chris, esperando ver un atisbo de enfado o furia por su parte. Pero no lo vi. Sólo había amor, y placer, mucho placer.
Mi luz entró en él. Sin que yo pudiera hacer nada por impedirlo. Chris se estremeció, sobre mí y dentro de mí. Nuestros cuerpos temblaron, mientras nuestras caderas seguían el movimiento de las otras. Chris tiró la cabeza hacia atrás y lanzó un grito, un grito de placer. Y yo le seguí, alcanzando el clímax junto a él. Entonces mi luz, volvió a mi cuerpo, saliendo de él y dejando de envolvernos en un aura roja. Las llamas del infierno que latían en mi interior, volvieron a su lugar.
Nuestros ojos no podían llorar, ni de dolor, ni de felicidad, pero a pesar de no poder derramar lágrimas, ambos lloramos. De felicidad.
Chris no salió de mí. Tampoco le hubiera dejado. Creo que era consciente de eso. Me agarró por la cintura, me pegó más a él, y se tumbó de lado, con uno de mis muslos por encima de su cadera y él en mi interior. Hundí mi rostro en su pecho de hielo, y dejé que su aliento cosquilleara en mi coronilla, impregnando mis cabellos de su efluvio. Me besó en el cogote. Levanté la cara y le miré a los ojos. Y en aquellos pedazos de océanos sólo había dos cosas. Amor y orgullo. Lo que en aquellos momentos sentía por mí.
Acerqué mis labios a los suyos y le besé. Quería que fuera un beso tierno, pero no lo conseguí. El hecho de que él todavía estuviera en mi interior, acogiéndole, hizo que acabara besándolo con avaricia.
Y entonces, hizo algo que no creí que jamás haría por iniciativa propia. Bajó su rostro hasta mi cuello y sus colmillos se clavaron en mi yugular. Grité, de placer, cuando las imágenes comenzaron a sacudir mi mente. Mi cuerpo empezó a vibrar, sintiendo en mi piel todo lo que él había sentido. Y alcancé mi segundo orgasmo, sin necesidad de que él se moviera en mi interior. Cuando mi grito invadió la habitación, y probablemente la mitad del bosque, sacó sus colmillos de mi cuello. Agarré su rostro entre mis manos, le obligué a girar la cabeza e imité su gesto.
Su sangre, poca porque no quería beber mucha y porque él tampoco había bebido demasiado de mi, comenzó a resbalar por mi garganta. Chris comenzó a jadear de nuevo, su cuerpo volvió a temblar y en un momento determinado, él también gritó de placer. Sentí como por segunda vez inundaba mi interior.
Tras aquello, volví a enterrar mi rostro en su pecho, que empezó a ronronear. No me podía dormir, eso era algo que ya no podría hacer nunca más, pero cerré los ojos y me dejé llevar por la paz que sentía en ese momento. La paz que desprendía el alma de Chris. Y sonreí, feliz como jamás lo había sido.
-Gracias.- Musité muy bajito. Su pecho dejó de ronronear.
-¿Por qué?
-Por ayudarme.- Tomó mi rostro entre sus manos y me obligó a mirarlo a la cara.
-Soy yo el que te debe dar las gracias.- Iba a negar con la cabeza, pero me lo impidió.- ¿Eres consciente de lo que acabas de hacer?
-No.- Respondí con sinceridad. Realmente no sabía qué era lo que había pasado.
-Cuando creo que ya me lo has dado todo, vas y haces esto, Kara. Y ni siquiera eres consciente de lo que has hecho.
-Es que no sé qué he hecho, Chris.- Volví a perderme en sus ojos.
-Alimentarme Kara. Sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo. Tu luz sigue dentro de ti, y mientras hemos hecho el amor, me has alimentado. Tu luz ha calmado el hambre de mi alma. Por un momento creí que te la iba a arrebatar, pero entonces me he dado cuenta que no era yo el que se alimentaba de ti, si no que eras tú la que habías decidido calmar mi hambre, sabiendo que no me podías dar toda tu luz. Y cuando mi hambre se ha calmado, tu luz ha vuelto a ti. Sigue aquí,- dijo poniendo un dedo en mi pecho,- brillando en tu interior, pero una parte de ella se ha quedado aquí, dentro de mí. Calmas mi sed con tu sangre, mi hambre con tu luz. Soy yo el que debe darte las gracias.
-¿No tienes hambre?- Negó con la cabeza.- ¿Ni sed?- Volvió a negar.-Pues te  juro que no tengo ni idea de cómo lo he hecho, Chris.
-Lo sé. Creo que no eras tú la que quería que esto pasara. Creo que era tu alma.
-¿Mi alma?- Dije juntando las cejas sin comprender.
-Sí. ¿Recuerdas la teoría de Drake sobre las unión de las almas?- Asentí. Según mi cuñado, si dos almas se unían, el inmortal ya no podría alimentarse de la luz del humano.- Bien, ¿y recuerdas cuando en el matrimonio de Trizia y Keinan puso una cuerda uniendo sus muñecas en símbolo de la unión de sus almas?
-Sí. En ese momento pensé que el matrimonio, bajo el rito que fuera, era la forma de unir las almas para que luego un inmortal no pudiera arrebatarnos la luz.
-Exacto. Yo también pensé lo mismo. Por eso creo que tu alma ha sido la que ha decidido por ti. Nuestras almas están ligadas, Kara. Se pertenecen, la una a la otra. Por eso no te pude robar la luz cuando te transformé. Por eso tu alma ha decidido compartir tu luz conmigo. Nuestros cuerpos se han amado, cielo, nuestros corazones se han amado, nuestras almas se han amado. Y te juro, que no hay nadie en este mundo que haya tenido lo que tú y yo acabamos de tener. Ninguna pareja inmortal del mundo ha tenido esto que nosotros acabamos de tener.
-Así que ahora te puedes alimentar de mí, si mi alma quiere, ¿no?
-Eso creo.
-¿Y por eso es por lo que tengo hambre ahora, no?
-Probablemente.
-¿Y por qué has vuelto a beber de mí, Chris?
-Porque quería que supieras lo que me has hecho sentir. Ese segundo orgasmo que has tenido, Kara, en realidad no era tuyo. No era más que el reflejo del que yo he sentido la primera vez. Y cuando tú has bebido de mí, el mío ha sido un reflejo del que tú habías sentido.
-¿Me estás queriendo decir que podemos sentir los orgasmos del otro?- Simplemente asintió mientras me volvía a tumbar en la cama, todavía dentro de mí.- ¡Vaya!- Exclamé sin querer.
-¿Tienes hambre?- Me preguntó mientras sus manos se perdían de nuevo en mi cuerpo. Asentí.- ¿De qué? ¿De mí, o de luz?
-De ambas.- Susurré.- Pero primero prefiero calmar ésta.- Dije alzando levemente las caderas.- Luego ya me enseñas a calmar la otra.
Rió feliz, mientras complacía mi petición.- Te amo.- Murmuró a mi oído, sin dejar de moverse en mi interior.
-Y yo a ti.- Respondí.
Perdí la noción del tiempo, del lugar, del espacio. De todo. Si mientras había sido humana amarnos había sido maravilloso, ahora era imposible encontrar una palabra en el diccionario que lo describiera. Hubo varios momentos en los que estuve segura que nuestros gritos se oían desde la otra casa, a más de cuarenta kilómetros de distancia, y tenía muy claro que ahora sería imposible hacer el amor en casa, con toda esa gente pululando a nuestro alrededor y con la capacidad de oír correr a un ratón a medio kilometro de distancia. Porque tenía muy claro que no pensaba ahogar ni un solo grito de placer.
No habíamos tenido bastante el uno del otro. De hecho, no creo que jamás, ni siquiera en toda la eternidad, íbamos a tener bastante el uno del otro. Pero yo tenía hambre, y no sólo de Chris. Y además, había que ir a ver a Alexander. Por mucho que me fastidiara reconocerlo, tenía otras cosas importantes de las que preocuparme y ocuparme.



Y esto es lo último que os dejo de esta novela. Y que conste que os lo he dejado porque sé que muchas de vosotras querías saber si entre Kara y Chris aumentaba la tensión y la pasión. Espero no haberos decepcionado!!!!!!!!!!!!!
Un beso, un abrazo y un mordisco!!!!!!

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