CAJA DE SORPRESAS
Me conformé con aquello, con amarnos por las noches como se amarían dos humanos, con encontrar tras su frío, tras su inmortalidad, su fuerza y su eterna belleza, los retazos del hombre que fue en su día. Un hombre capaz de amarme por encima de todo, de hacerme vibrar y temblar, de hacerme caer, una noche tras otra, rendida a sus pies.
El mes y medio posterior a la visita de Alice, nuestra casa, el hogar que Chris había comprado para que fuera nuestro hogar, se convirtió en un hervidero de gente, de humanos y de inmortales seres entrando y saliendo, comiendo y bebiendo, conviviendo como si no existieran diferencias entre nosotros.
Alice regresó un par de veces para ver los progresos de mi madre, mi amiga y mi prima. Las dos primeras se esforzaron mucho en su nueva rutina, tal vez porque Vic dejó definitivamente el trabajo, y porque mi madre pidió una excedencia. A Trizia parecía que le costara un poco más.
Lo más sorprendente fue ver el cambio de mamá. Era como si una nueva fuerza se hubiera apoderado de ella y fuera capaz de enfrentarse a todo lo que le ponían por delante. Tal vez, y lo cierto es que esta suposición era la más acertada, esto se debía a su estrecha relación con Helia. El padre adoptivo de Chris se había convertido en mi suegro, a todos los efectos. Cuidaba de mi madre, la protegía, la mimaba, la amaba como su hijo me amaba a mí. El ángel protector de mamá se había convertido en su alma gemela. Y todo ese amor, respeto, protección y cariño le había dado a mi madre unas renovadas fuerzas.
Victoria también experimentó ese cambio. Aunque en su caso, creí que era por motivos bien distintos. Victoria siempre había sido un torbellino lleno de energía, alguien que rezumaba vitalidad por los cuatro costados, y a pesar de la conmoción inicial, de verse envuelta en un mundo extraño y rodeada de inmortales seres que se suponía que no debían existir, había recuperado sus ansias de vivir y de superarse. Y sobre todo sus ganas de luchar. Y encima se le daba bien.
También descubrí que Lucian seguía a la perfección con su papel de guardián de Victoria. Pasaban mucho tiempo juntos, y mi cuñado se erigió en su maestro. Puede que Keinan aparentara ser el más fuerte, pero realmente Lucian era el que más experiencia tenía en el arte de luchar. No conseguí averiguar a qué se debía eso. Por mucho que insistí, no hubo forma de que ninguno de los miembros de mi nueva e inmortal familia me lo explicara.
El caso de Trizia era totalmente diferente a los otros dos. Le costaba concentrarse, se cansaba más pronto que mi madre o mi amiga, y tenía que esforzarse mucho para concentrarse en las supuestas luchas que mantenía con Keinan. Y encima, éste parecía que le exigía más a ella que a las demás.
-¡Maldita sea Trizia! ¿Qué parte de esquivar, bloquear y golpear es la que no entiendes?- Gritó mi cuñado.
-¡Qué no me grites!- Le espetó mi prima, lanzándole una iracunda mirada.
-Pues concéntrate de una puñetera vez.- Le recriminó Keinan mientras le volvía a explicar el movimiento para esquivar y cómo y dónde debía golpear para aturdir a su atacante.
-¿Qué está pasando con Keinan?- Pregunté en un susurro. A mi lado, agarrándome amorosamente la mano, estaba mi bello ángel, cuidándome y regalándome dulces besos en el dorso de mi mano. Aspiraba mi aroma cada vez que me daba uno de esos besos, y su pecho ya no rugía hambriento y desesperado por llenarse de mi sangre y mi luz. Parecía que había conseguido inmunizarse.
-No lo sé. Últimamente está de un humor de perros.- Respondió Chris.
-Ya le conoces, Chris.- Dijo Andros mientras seguía jugueteando con los cabellos de Olimpia.- Estará tenso por la posible batalla, harto de quedarse como un pasmarote frente la puerta de la tienda de Trizia.
-No creo que sea eso.- Musitó Drake con sus ojos ceniza clavados en los de su hermano. Intuí que él sabía algo más, pero no llegué a preguntar. El grito que lanzó Trizia me lo impidió.
-¡Ay! ¡Bruto! Me has hecho daño.- Dijo mientras se levantaba del suelo. Al parecer no había esquivado el golpe de Keinan, y había aterrizado sobre sus posaderas.
-Te he dicho que te concentraras.- Le espetó en un tono demasiado duro, sin ningún tipo de miramiento por ella. Ese Keinan no era el que yo conocía. Había algo distinto en él.
-Estoy hasta las narices de esto. ¡Abandono!- Le volvió a gritar Trizia. Le dio la espalda y se dispuso a entrar en casa.
-Ni lo sueñes.- Keinan la agarró por una muñeca e impidió que siguiera avanzando.
-¡Suéltame, pedazo de patán!- Mi prima tenía los ojos inyectados en sangre a causa de su tremendo enfado.
-No eres más que una niña consentida y malcriada.- No había soltado a Triz, aunque tampoco se había acercado más a ella. Parecía que entre los dos existía un invisible muro que los separaba.- Con tu comportamiento nos vas a poner a todos en peligro.- Pero mi prima no escuchó la segunda parte de ese escueto diálogo. Empezó a enrojecer a causa de la ira cuando escuchó la palabra malcriada.
-¿Malcriada?- Preguntó fríamente.- ¿Te atreves a llamarme niña malcriada?- Para Trizia aquella palabra era el peor insulto que alguien le pudiera decir. Keinan asintió, desafiándola. Ella pegó un tirón, a riesgo de dislocarse el hombro y consiguió zafarse de la sujeción de Keinan.
-¡No eres más que un bruto!- Soltó las palabras como si fueran escupitajos. Jamás en mi vida había visto a Trizia en semejante estado.
-¡Y tú no eres más que una estúpida niña malcriada!-Repitió mi cuñado. Se dio la vuelta dispuesto a desaparecer entre la espesura del bosque. Pero mi prima agarró una piedra del tamaño de una pelota de golf, y con todas sus fuerzas, que eran pocas, y con toda su rabia, que era mucha, se la lanzó.
La piedra se hizo añicos cuando se estrelló contra la cabeza de Keinan. Mi cuñado giró sobre sus talones y antes de poder decir nada, atrapó otro pedrusco que mi prima le lanzaba y aguantó el tremendo chaparrón de insultos que ésta le brindó.
-¡Patán asqueroso grosero y maleducado! ¡Ya sé que no te importo una mierda, pero por lo menos podrías fingir un poco!
-¡Ves cómo no te enteras!- Volvió a gritar Keinan, mientras con un enorme paso se plantaba delante de Trizia. El suelo tembló, como todos nosotros.
-¡¿Y de qué coño se supone que me tengo que enterar?!- Imaginé que Trizia acabaría afónica y con un enorme dolor de garganta, porque era imposible que forzara más las cuerdas vocales.
-¡De que eres lo que más me importa en este mundo!- Y la besó.
La besó cómo jamás habían besado a Trizia. La envolvió entre sus musculosos brazos y la apretó contra él. Lo hizo con tanta fuerza que temí que la partiera en dos. Apretó sus labios contra los de Triz, con virulenta fuerza, mientras ésta le propinaba pequeños golpes que probablemente él ni notaría. Keinan la estrujó un poco más y mi prima dejó de luchar.
Se rindió. En un primer momento creí que la había herido, porque sus brazos dejaron de golear a mi cuñado y cayeron inertes a sus costados. Pero al segundo siguiente, se aferró a él, como tantas veces yo me había agarrado a Chris, como si se aferrara a la vida, y le correspondió. Le besó con la misma intensidad.
Ese estallido de pasión fue remitiendo poco a poco, pero no separaron sus labios. Seguían comiéndose a bocados, cada vez menos febriles, cada vez más tiernos, hasta que alguien, no sé quien, carraspeo.
Keinan soltó a Trizia y, abochornado, se disculpó.
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