ESPÍA
Aquella tarde de lunes fui con Victoria y mi madre a buscar las telas para confeccionar el vestido que quería, el mismo que había llevado puesto en la visión de Chris y mía. Ese era mi regalo para él. Verme vestida conforme él quería, ¿porqué que otra cosa le puedes regalar a un hombre que lo tiene todo? Había hecho un boceto de cómo quería que fuera el vestido, y Trizia se ofreció a que una de sus modistas me lo confeccionara. Me sorprendió ese ofrecimiento por su parte, pero lo acepté. Según Chris, ella simplemente había estado celosa de mí, pero poco a poco sus sentimientos cambiaban. Obviamente, jamás seriamos las mejores amigas del mundo, pero tal vez nuestra relación no fuera tan tensa como lo era.
Mamá nos invitó a cenar en casa, pero Victoria no aceptó. Ya había quedado con Charles. Le volví a insistir con eso de que si entre ellos dos había algo más, y ella lo volvió a negar. Sólo sentía que tenía que ayudar a Charles, y que simplemente eran amigos. Nada más.
Yo sí acepté la invitación a cenar en casa de mamá, y me sorprendí al ver a Helia allí. Iba a cenar con nosotras.
Mi vida se iba componiendo como un inmenso puzle, donde cada una de las piezas encajaba a la perfección con las demás.
La pieza principal de ese enorme puzle, aquella sin la cual las demás no tenían ni sentido ni presencia, era Chris, como si él fuera el gigante Atlas y sobre sus espaldas sostuviera el mundo, mi mundo. Mi adorado, bello, hermoso e increíble ángel de la destrucción. Aquel que me había devuelto la vida, que me había pedido ser su esposa, aquel que luchaba contra su naturaleza, manteniéndome viva a cada segundo que pasaba con él, aquel que, en contra de su voluntad, encontraría la forma de darme una eternidad junto a él. Chris era, sin lugar a dudas, mi destino.
Y junto a él, las piezas que formaban su familia. Mi futuro suegro y mi actual padre, Helia. Un extraordinario hombre de más de cuatro mil años, imponente e impresionante, cautivador y arrollador, que me consideraba como su hija, y que se había erigido en el ángel protector de mi madre.
Mis nuevos hermanos, Drake y Keinan, ángeles guardianes de Victoria. Con el primero era capaz de hablar horas y horas sobre la posibilidad de ser uno de ellos sin que mi luz dejara de brillar. Con el segundo, era capaz de pasarme horas jugando, luchando y entrenando entre nosotros, mientras Chris nos observaba sentado desde los escalones de la casa, oyendo como de vez en cuando su pecho rugía, cuando él pensaba que nuestros juegos eran demasiado reales, como él decía. Pero Keinan disfrutaba como un niño pequeño con nuestros ratos de juego.
Mi cuñada y mi tercer hermano, Olimpia y Andros. En un primer momento pensé que mi relación con Olimpia sería difícil, debido a sus escasos años de abstinencia y a mi particular y característico olor. Pero no fue así. Olimpia tenía un enorme dominio sobre sí misma, y aunque salía de caza con Andros con más asiduidad que los otros miembros de la familia, nunca temí por mi vida en su presencia. Y ella estaba muy interesada en querer ser como una hermana para mí. Había oído hablar de mí con anterioridad a su encuentro con Andros, y que la cazadora perfecta hubiera decidido dejar de ser lo que se suponía que debía ser, y unirse a los que se suponía que debía cazar, simplemente por amor, era algo que Olimpia encontraba fascinante y digno de admiración y respeto.
Victoria, esa hermana que la vida me había puesto en el camino, esa a la cual me sentía unida de manera especial, a la que necesitaba tener cerca de mí, era otra de las piezas que componían el puzle de mi vida. Piezas mortales mezcladas a la perfección con inmortales fichas. Todas absolutamente imprescindibles en mi vida.
Mamá, esa mujer que durante más de la mitad de su vida había vivido en una mentira, y que lo seguía haciendo, muy a mi pesar. Incluso deseé que entre ella y Helia pudiera surgir algo, simplemente para poder calmar mis remordimientos y contárselo todo, y así poder mitigar el peso de tener que esconder la verdad de mi vida. Egoísmo puro y duro por mi parte.
Pero en medio de esta inmenso puzle, mezclada con todas las demás piezas, había una que no sabía cómo encajarla.
Lucian, el hermano de sangre de Chris, aquel que transformaron junto a mi ángel de la destrucción, aquel que había jurado poner fin a la vida de mi inmortal amor si yo sufría un solo rasguño, si mi luz dejaba de brillar, si me transformaba en lo que ellos eran. Tal vez ese era el motivo, o la razón secundaria, para que Chris se negara a transformarme en lo que él era sin robarme la luz. Evitar un enfrentamiento entre su hermano y él. Enfrentamiento que, probablemente acabaría con uno de ellos dos muertos y que me partiría el alma y desgarraría el corazón.
Sí bien era cierto que yo amaba a Chris por encima de mi propia vida o de mi propia muerte, que no me importaba pagar el precio que fuera con tal de estar con él, no era menos cierto que tenía una relación especial con Lucian.
Desde el primer momento en que lo vi, sentí la imperiosa y absurda necesidad de mantenerle en mi vida. Era como necesitar un hermano mayor en el que apoyarse cuando una creía que iba a caer, tener a alguien a quien poder contárselo todo, un hombro en el que llorar las penas y las angustias provocadas por un humano corazón enamorado hasta límites insospechados.
Pero Lucian no sentía lo mismo por mí. Su necesidad era otra. Él necesitó de mí en la misma medida que yo necesité a su hermano. Mi humano corazón latía por Chris. El de Lucian, a pesar de llevar casi un milenio inerte, latía por mí.
¿Cómo encajar el dolor que le provocaría mi decisión en mitad de la felicidad que sentía? ¿Cómo explicarle que yo deseaba, necesitaba y anhelaba pasar el resto de mi eternidad formando parte de su familia como su cuñada, como su hermana, como la esposa y pareja de su hermano?
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