Las siguientes tres semanas fueron las mejores de mi vida. Drake y Keinan seguían en el anonimato, pero cumpliendo con su cometido de guardaespaldas de Victoria. A ellos dos se les unió Andros y Olimpia. Él se alegró de verme, ella no tanto. Yo sabía que mi olor no era solo delicioso para Chris, puede que para él fuera más especial que para los demás, al fin y al cabo me había creado para eliminarlo, pero yo le resultaba apetitosa a la mayoría de los inmortales.
Los hermanos de Chris no me preocupaban, llevaban muchos años de abstinencia en el caso de Keinan y Andros, y Drake jamás había matado. Tenía el suficiente autocontrol como para no haberlo hecho nunca; desde el momento en que Helia lo transformó simplemente se alimentó de sangre de animales y de luces errantes.
Pero Olimpia llevaba sólo cinco años de abstinencia, ya que antes de conocer a Andros, no se había planteado no llevar el estilo de vida que se suponía que debían llevar los inmortales. De hecho, exceptuando la familia de Chris, el resto de los inmortales solían ser seres solitarios que, como mucho iban en parejas y que cazaban alrededor del mundo. Su familia era diferente, y que el patriarca, aquel que los había unido para formar una familia, hubiera sido transformado por alguien que creía en una existencia pacifica entre las dos especies, y sin necesidad de alimentarse y matarse entre ellos, les hacía distintos a los demás.
Andros era el que más parecido físico tenía con Helia. De complexión atlética, sin llegar a ser tan alto como Helia, sus cabellos eran negros como los de su padre adoptivo, y sus ojos, a pesar de ser negros como la noche, eran almendrados, como los de Helia. Las facciones de la cara también eran muy similares, de modo que de los cinco, Andros podría pasar perfectamente por su hijo biológica. Obviamente, los otros cuatro no.
Y Olimpia era guapísima. Cualquier modelo del mundo hubiera pagado lo que fuera por tener su cutis y sus preciosos rasgos. De ovalado rostro, ojos achinados sin exceso, impresionantes pestañas y larga cabellera negra, contrastando con su nívea piel, hacia palidecer a la mismísima Afrodita. Su cuerpo era perfecto. Ni demasiado alta ni demasiado baja, de marcada cintura y pechos firmes, esbeltas piernas y angelical rostro. Estaba completamente segura de que millones de hombres habrían caído rendidos a sus pies a lo largo de sus trescientos años.
Mi olor le resultó tentador a Olimpia, pero los miembros de su familia, de su nueva familia, le dejaron claro que ellos no cazaban humanos, y que yo, a pesar de ser una casi humana, y una antigua cazadora, ya formaba parte de su familia, y que ellos tenían una norma inamovible. Cuidarse y protegerse entre ellos. Desde ese instante, sus instintos quedaron ocultos, y si deseó matarme, jamás lo exteriorizó. Todo lo contrario, se tomó incluso la molestia de preguntarme por mi vida pasada, tratando de entender porque había dejado de ser una cazadora para querer convertirme en una de ellos. Le quedó claro en el momento en que me vio con Chris. Como ella misma dijo, el amor lo puede todo.
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