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viernes, 29 de julio de 2011

Recordatorio Primeras Palabras (Capítulo II)

Para todos aquellos que quieren participar en el concurso para ganar un ejemplar dedicado de EL Ángel de la Destrucción, os dejo el segundo capítulo, para que podáis hacer el booktrailer. Un beso, un abrazo y un mordisco!!!Tras haberos dejado el primer capítulo de El Ángel de la Destrucción, os informo de que os voy a ir dejando pequeños fragmentos de cada capítulo. Os dejaré el principio de cada uno, más el trozo más significativo para mí. Espero que os guste. (Este capítulo no está entero, pero os podéis hacer una idea con lo que hay escrito)
Un beso, un abrazo y un mordisco!!!!!
PRIMERAS PALABRAS
No había nadie en la calle, y la lluvia caía con tanta fuerza que nos ocultaba tras una espesa cortina de agua. En tres enormes pasos se plantó, conmigo entre sus titánicos brazos, ante un coche negro, un todoterreno, de esos que parecen familiares y que tan de moda se habían puesto. Abrió la puerta del copiloto y me metió dentro de él.- Abróchate el cinturón.- Me exigió su fantasmagórica voz. Obedecí, mientras veía como él pasaba, a una velocidad poco humana, por delante del capó del coche. Cerró su puerta de un fuerte golpe y arrancó. El interior de aquel habitáculo estaba iluminado, únicamente, por las luces del salpicadero; pero aun así pude ver como sus ojos seguían llameando infernalmente. Los músculos de su cuello estaban tensos, y apretaba su mandíbula con fuerza. Me di cuenta que no respiraba. Desvié un minuto la mirada de su perfecto y adónico rostro y observé hacia donde nos dirigíamos. Había tomado la tortuosa carretera que llevaba a una pequeña playa de blanca arena, a los pies de un acantilado. Se dirigía a nuestra playa, a la misma en la que había estado cuarenta y ocho horas atrás y en la que me había derrumbado. Iba a una excesiva velocidad, y ni tan siquiera había puesto en funcionamiento el limpiaparabrisas ni encendido las luces. La lluvia descargaba con fuerza sobre nosotros, golpeando el techo del vehículo, como si millones de tambores replicaran a la vez. A pesar de que la playa estaba a unos quince kilómetros de la pequeña ciudad donde vivía, llegamos en tan sólo cinco minutos. Su conducción había sido, cuanto menos, temeraria. Frenó en seco, y cerró los ojos fuertemente, al tiempo que aspiraba una suave bocanada de aire. Vi como su cuello se destensaba y como aflojaba su mandíbula. Poco a poco se iba calmando. Lentamente giró su cabeza, a la vez que abría sus hermosos ojos lapislázuli, y me miró. - Lo siento Kara. No debería de… -Su cantarina voz había regresado, acariciando mis tímpanos como una bella melodía.
-Déjalo Chris. No quiero una disculpa.- Le interrumpí. ¿Qué me iba a decir? ¿Qué sentía haberse ido durante catorce años, o que se lamentaba de haber vuelto? Preferí seguir con la duda. (...)


(...)
-Eres tan humana. No pienso ir a ningún sitio sin ti.- Y tiró suavemente de mí, haciéndome caer, inesperadamente, entre sus poderosos brazos. Alcé mi rostro y clavé mis ambarinos ojos, más parecidos en aquel momento a caramelo líquido que a una gema semipreciosa, debido a la excitación que me provocaba estar cerca de él, en los suyos.
-Júralo.- Le ordené. Mi aliento volvió a rozar su rostro, mas no se apartó.
-¿Por qué quieres que lo jure?- Jamás me daría nada de buenas a primeras. Eso era algo que ya había aprendido hacia poco menos de quince años.
-Por qué tu palabra es lo más valioso que tienes, y sé que no romperás ese juramento.- Era mentira. Que estuviera delante de mí, envolviéndome dulce y letalmente entre sus brazos, aspirando mi efluvio, significaba que ya había roto una promesa. La que hizo catorce años atrás, el día de mi dieciseisavo cumpleaños, cuando juró que no volvería a mi lado. Pero por lo menos, si posteriormente rompía su palabra, tendría algo que recriminarle. Aunque no sirviera de mucho, la verdad.
-Lo más valioso que tengo no es mi palabra.- Bajó la cabeza, dejando sus labios a escasos milímetros de mi oreja izquierda.- Lo más valioso que tengo eres tú.- Musitó a mi oído, dejando que su aterciopelado aliento rozara mi cuello. Y luego depositó, dulce y castamente, sus carnosos y perfectos labios sobre la base de mi garganta, antes de saltar, repentinamente, a la fría y oscura noche.



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