Hoy no voy a hablaros de mí, sino de Tamara Carmona, otra escritora con talento que tiene sus libros publicados en la editorial digital www.bubok.es
Tamara es una autora muy prolífica, teniendo en su haber y con tan sólo veinticinco años, siete libros.
A falta de recurso económicos para poder hacerse una auto edición y sin respaldo de ninguna editorial, Tamara decidióm publicar en esta editorial digital y todos sus libros están disponibles ahí.
Hoy voy a dejaros el primer capítulo de Rosa de Sangre, el primer libro de la saga Tiempos de Pasión. Yo leí este libro en su día, y lo cierto es que, por culpa de este libro, acabamos llamándonos por teléfono y entablando una amistad.
Así que no os perdáis el inicio de esta saga llena de amor, pasión, sangre y vampiros con tendencia a cometer estupideces.
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Os dejo el prólogo y el primer capítulo para que vayáis abriendo boca.
Prólogo
La
lluvia arreciaba sobre los terrenos del internado, haciendo caer torrentes de
agua sobre las enormes cristaleras de mi inmenso dormitorio. Era la primera
noche que dormía lejos de casa y la soledad me acompañaba ahora más que nunca.
Mi madre había perecido hacía tan solo una semana y mi odioso y arrogante tío
me había arrastrado a aquella prisión estudiantil, tan alejada de la mano de
dios. No se me permitió asistir al velatorio de mi madre, bajo el pretexto de
ser demasiado joven, pero he llegado a la conclusión que lo que querían era
deshacerse de mí cuanto antes, borrarme de la faz de la tierra, hacerme
desaparecer y, aunque suene mal decirlo, por una parte me sentía feliz de
alejarme de los únicos parientes que me quedaban vivos. La despedida con mi tío
fue un gran alivio después de lo ocurrido, aunque ahora me sintiera sola, pero
sabía que iba a ser mucho mejor así, ya que las únicas palabras que cruzó
conmigo, nada más dejarme a las puertas del internado, fueron: "espero que
seas feliz" y eso decía bastante de él. Ahora, en la inmensa oscuridad que
reinaba en mi cuarto, recordaba los momentos con mi madre y deseaba no haber
sido yo la propietaria de aquel maldito libro, que no me había acarreado más
que problemas desde que mis dedos rozaron el desgastado y asqueroso cuero de
sus tapas. Había decidido esconderlo en una caja de plomo para mayor seguridad,
pero dudaba de que tan solo eso fuese efectivo para mantener a salvo al resto
de los estudiantes del internado. No quería por nada del mundo hacerle daño a
nadie pero, conmigo, allí, iban a estar en peligro constante, por lo que no
podía permanecer allí durante demasiado tiempo. Debía buscar algún lugar seguro
lejos de todo y de todos y hallar por mí misma las respuestas a los numerosos
interrogantes que se agolpaban en mi mente, pero hasta que llegase ese momento,
debía permanecer allí, arriesgando las vidas de los demás a causa de mi propia
cruz.
Tan
solo era medianoche, la lluvia no había cesado y yo me hallaba bajo las sábanas
con el libro demoníaco entre las manos, tratando de descifrar las extrañas
palabras allí escritas. La tinta estaba desgastada y no se veía demasiado bien,
pero aún así, podía descifrar algunas de las frases como si fuera mi idioma
nativo. No comprendía mi situación demasiado bien y tampoco sabía los efectos
que el libro podía ocasionarme a la larga, pero estaba más que dispuesta a
descifrar el texto. De otro modo, ¿qué sentido tenía ser yo la propietaria del
libro? Muchos antes que yo, lo habían poseído y habían perecido al poco. ¿Por
qué era yo diferente?
Cerré
el apestoso libro, lo guardé en la caja y me concentré en conciliar el sueño.
Lo mirase por donde lo mirase, no entendía ni una sola palabra de lo que estaba
intentando leer y, además, el día que se aproximaba sería demasiado arduo, como
para quedarme en vela la noche entera.
No
tenía ni la más mínima gana de levantarme, pero cuando los primeros rayos de
sol iluminaron el dormitorio, no me quedó más remedio que levantarme a
regañadientes y embutirme en el uniforme del internado, es decir, una falda más
corta que larga y sin pliegues de color azul claro, que se abotonaba con un
imperdible en un costado, una blusa súper escotada de manga pirata de color
blanco y una chaqueta de algodón de un color más oscuro que el de la falda, con
el escudo del internado en el lateral izquierdo de la misma. No había medias,
pantis o lo que fuera por ningún lado y tampoco hallé los zapatos. Quien diseñó
el uniforme fue un completo idiota, pero debía encontrar los zapatos o, por lo
menos algo con qué cubrir mis piernas, que ahora estaban a la intemperie, ya
que la falda era tan sumamente corta que tan solo llegaba hasta por encima de
las rodillas.
Tuve
que desistir en el intento, o si no, iba a llegar tarde al desayuno. La
impuntualidad estaba castigada muy severamente y ya eran las 7:25, de modo que
tan solo me restaban cinco minutos para arreglarme y bajar con el resto de
estudiantes.
Hacía
un frío terrible por el pasillo, propio del mes de enero, y lo sentía más hondo
por el hecho de caminar descalza y medio desnuda. Cuando llegué al primer tramo
de escaleras, un cuadro, dispuesto de forma elegante sobre la pared empapelada
en flores, llamó mi atención. La imagen estaba desdibujada, pero por la silueta
se trataba de una mujer de poco más de dieciocho años, que vestía los ropajes
propios del siglo XV, siglo arriba, siglo abajo. Entre sus manos, el autor de
la obra, había pintado un retal de tela arrebujado y, en segundo plano se podía
distinguir la silueta de un castillo, edificio antiguo, o algo medianamente
parecido. Me quedé embobada admirando el cuadro hasta que me di cuenta que si
no corría como nunca lo había hecho, llegaría realmente tarde pero, antes de
irme, leí la inscripción de la chapa bajo la pintura: "Lady Lazzaro
Valentine"
Bajé
las escaleras de caracol tan aprisa que, cuando llegué abajo, tuve un brutal
encontronazo con uno de los estudiantes que aguardaban la apertura de las
puertas del comedor.
-Perdón, lo siento mucho, iba despistada.- Farfullé tratando de disculparme.
El
chico parado frente a mí era de mi misma edad. Tenía el pelo rojizo y liso y
unos ojos tan verdes que parecían haber robado el color a todos los campos del
mundo. Era un poco más alto que yo y tenía unos músculos impresionantes, no
como los de los culturistas, pero eran perfectos y bien proporcionados.
-Tú eres nueva, ¿verdad?
-¿Por qué dices eso?- Pregunté indignada.
-¿Por qué vas descalza?- Rió.- Y, no sé si
te habrás dado cuenta, pero hace un frío espantoso como para ir sin medias.
-Bueno, es que en mi cuarto no había nada de
eso y, si quería llegar al desayuno, no me ha quedado otra que bajar a medio
arreglar, ¿te importa?
-En absoluto, así estás mucho más guapa que
el resto de las chicas de por aquí.- Vale, típico de un capullo hacer cumplidos
a una chica en una situación tan embarazosa como lo era aquella.- Soy Erik
McNeil.- Se presentó y su mano se extendió hacia mí en señal de amistad.
-Violet Lazzaro.- Estreché su mano, pero la
solté al poco en cuanto escuché el chirrido de las puertas del comedor, que
anunciaban su inminente apertura.
-Si quieres, puedo acompañarte luego al
despacho del director para que te diga dónde guardan las ropas de mujeres, o
puedo decírselo a alguna de las profesoras, si lo prefieres.
-Gracias, pero creo que me las arreglaré yo
solita.- Le corté en seco.
La
horda de estudiantes fue pasando al interior del amplio comedor y, cuando llegó
mi turno, me quedé pasmada. Más que un comedor tenía pinta de un restaurante a
gran escala. Las mesas eran cuadradas, dispuestas en hileras perfectas. Estaban
cubiertas con manteles a cuadritos azules y blancos y sobre estos, estaban
colocados los cubiertos, el vaso y la servilleta, ésta también de tela. No
había platos, sino que en un extremo de la sala había una gran estructura en
cuyo interior había toda clase de comida, como en un buffet libre, separada por
primeros platos, segundos platos, postres y bebidas, básicamente. Por lo que
pude comprobar en un rápido vistazo, había tres primeros platos y tres
segundos, postres diversos y una cantidad ingente de botellas de agua, zumos y
demás, todo en formato familiar.
Seguí
a un grupo de chicas que cogían una bandeja de un soporte de madera cercano a
la puerta y luego las seguí unos metros más adelante, donde una señora mayor
con redecilla estaba repartiendo un juego de platos por alumno que se ajustaban
a la perfección en los huecos de la bandeja (como las que utilizan en los
hospitales para servir la comida de los residentes). Después, me giré a la
izquierda, hacia la vitrina que contenía la comida y me fijé en las dos barras
de metal dispuestas en horizontal, donde los estudiantes dejaban descansar sus
bandejas para poder servirse con mayor facilidad. Se trataba de un gran
invento, de modo que, para no ser menos, dejé caer la bandeja, con los platos
ya colocados, sobre las barras. Me di cuenta que los demás deslizaban su
bandeja por las barras, de modo que los imité y, al tiempo que pasaba por el
primer plato apetecible, tomé el cazo y dejé caer su espeso contenido sobre el
plato hondo antes de proseguir con el deslizamiento hacia la zona de los
segundos platos, donde repetí la misma operación. Cuando llegué a la zona de
los postres, no hallé más que fruta, de manera que me reservé de coger alguna
pieza. El desayuno ya estaba siendo demasiado raro como para añadirle más guasa
al asunto. El último tramo se componía básicamente de pan tostado y botellas de
agua y zumo, además de otras sustancias que no identifiqué. El pan no me
apetecía, pero cogí una botella de zumo de melocotón.
Cuando
acabé, recogí mi bandeja de las barras y busqué una mesa libre donde poder
sentarme tranquila a desayunar. Sorprendentemente, casi todas las mesas ya
estaban ocupadas, de modo que me costó un poco encontrar un lugar donde
esconder mi cara hasta tener la suficiente confianza como para sentarme a
charlar con alguien. Atisbé una mesa vacía al fondo de la sala, tan solo
rodeada por una pareja bien avenida, que sonreían como si se conocieran de toda
la vida y tal vez era así.
Dejé
la bandeja entre los cubiertos y me senté en una de las sillas acolchadas,
agotada de tanto ajetreo desde por la mañana.
-Es raro, ¿verdad?- Comentó alguien a mi
espalda.
Agaché
la cabeza desesperada. Para una vez que quería estar sola, tenían que venir a
molestarme en mi momento de relax.
-¿Puedo sentarme contigo?- Erik se situó a
un lado para que pudiese verle la cara.
-¿No tienes a nadie más para chafarle el
día?
-Pensé que querrías compañía.- Rió y, sin
esperar autorización alguna, se apoltronó en la silla frente a la mía.
-Pues te equivocaste.- Dije con voz lo más
cortante posible.
-¿Por qué eres tan dura conmigo?
-¿Por qué tienes tanto interés en mí?- Solté
con brusquedad.
-Porque pareces mucho más inteligente que
las demás chicas, a pesar de ir descalza y sin medias.
-Deja de burlarte de mí.- Proferí tomando
una cucharada de mi arroz con leche.
-No lo hago,- Se defendió.- tan solo estaba
tratando de hacerte reír.
-Pues déjame decirte que no tienes dotes
para humorista.
-Sí, ya me lo han dicho antes.- Rió
partiendo las galletas y echándolas sobre la leche.- Bueno, ¿y qué tal el
primer día?- Preguntó.
-Los he tenido mejores.
-¿Y eso?- La rapidez con la que engullía el
desayuno no era ni medio normal.- ¿Es que has tenido días peores?
-Mi madre falleció la semana pasada.- Dije
de corrida.- Y ahora estoy empezando de cero, por decirlo de algún modo.
-¿No tienes más parientes?
-Se deshicieron de mí, ¿vale?- Grité.
-Vale, lo siento.- Se disculpó de
inmediato.- Te prometo que ya no voy a volver a mencionar el tema hasta que tú
no quieras.
-Gracias.
El
desayuno transcurrió sin más contratiempos que lamentar. Bastante mal me sentía
ya por ser la chica nueva y no quería llamar la atención más de lo necesario.
Erik
se había empeñado en acompañarme al despacho del director para solucionar mi
pequeño problemilla y me faltó el valor para negarme. Parecía como si, en tan
solo media hora, hubiéramos forjado un vínculo entre los dos y ya no pudiésemos
estar el uno sin el otro.
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