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jueves, 1 de noviembre de 2012

Rosa de Sangre (Tiempos de Pasión I)

Hola Ángeles y Ocultos:
Hoy no voy a hablaros de mí, sino de Tamara Carmona, otra escritora con talento que tiene sus libros publicados en la editorial digital www.bubok.es
Tamara es una autora muy prolífica, teniendo en su haber y con tan sólo veinticinco años, siete libros.
A falta de recurso económicos para poder hacerse una auto edición y sin respaldo de ninguna editorial, Tamara decidióm publicar en esta editorial digital y todos sus libros están disponibles ahí.
Hoy voy a dejaros el primer capítulo de Rosa de Sangre, el primer libro de la saga Tiempos de Pasión. Yo leí este libro en su día, y lo cierto es que, por culpa de este libro, acabamos llamándonos por teléfono y entablando una amistad.
Así que no os perdáis el inicio de esta saga llena de amor, pasión, sangre y vampiros con tendencia a cometer estupideces.
Si queréis comprar el libro, PINCHAD AQUÍ

Os dejo el prólogo y el primer capítulo para que vayáis abriendo boca.


Prólogo 
La lluvia arreciaba sobre los terrenos del internado, haciendo caer torrentes de agua sobre las enormes cristaleras de mi inmenso dormitorio. Era la primera noche que dormía lejos de casa y la soledad me acompañaba ahora más que nunca. Mi madre había perecido hacía tan solo una semana y mi odioso y arrogante tío me había arrastrado a aquella prisión estudiantil, tan alejada de la mano de dios. No se me permitió asistir al velatorio de mi madre, bajo el pretexto de ser demasiado joven, pero he llegado a la conclusión que lo que querían era deshacerse de mí cuanto antes, borrarme de la faz de la tierra, hacerme desaparecer y, aunque suene mal decirlo, por una parte me sentía feliz de alejarme de los únicos parientes que me quedaban vivos. La despedida con mi tío fue un gran alivio después de lo ocurrido, aunque ahora me sintiera sola, pero sabía que iba a ser mucho mejor así, ya que las únicas palabras que cruzó conmigo, nada más dejarme a las puertas del internado, fueron: "espero que seas feliz" y eso decía bastante de él. Ahora, en la inmensa oscuridad que reinaba en mi cuarto, recordaba los momentos con mi madre y deseaba no haber sido yo la propietaria de aquel maldito libro, que no me había acarreado más que problemas desde que mis dedos rozaron el desgastado y asqueroso cuero de sus tapas. Había decidido esconderlo en una caja de plomo para mayor seguridad, pero dudaba de que tan solo eso fuese efectivo para mantener a salvo al resto de los estudiantes del internado. No quería por nada del mundo hacerle daño a nadie pero, conmigo, allí, iban a estar en peligro constante, por lo que no podía permanecer allí durante demasiado tiempo. Debía buscar algún lugar seguro lejos de todo y de todos y hallar por mí misma las respuestas a los numerosos interrogantes que se agolpaban en mi mente, pero hasta que llegase ese momento, debía permanecer allí, arriesgando las vidas de los demás a causa de mi propia cruz.




Tan solo era medianoche, la lluvia no había cesado y yo me hallaba bajo las sábanas con el libro demoníaco entre las manos, tratando de descifrar las extrañas palabras allí escritas. La tinta estaba desgastada y no se veía demasiado bien, pero aún así, podía descifrar algunas de las frases como si fuera mi idioma nativo. No comprendía mi situación demasiado bien y tampoco sabía los efectos que el libro podía ocasionarme a la larga, pero estaba más que dispuesta a descifrar el texto. De otro modo, ¿qué sentido tenía ser yo la propietaria del libro? Muchos antes que yo, lo habían poseído y habían perecido al poco. ¿Por qué era yo diferente?
Cerré el apestoso libro, lo guardé en la caja y me concentré en conciliar el sueño. Lo mirase por donde lo mirase, no entendía ni una sola palabra de lo que estaba intentando leer y, además, el día que se aproximaba sería demasiado arduo, como para quedarme en vela la noche entera.
No tenía ni la más mínima gana de levantarme, pero cuando los primeros rayos de sol iluminaron el dormitorio, no me quedó más remedio que levantarme a regañadientes y embutirme en el uniforme del internado, es decir, una falda más corta que larga y sin pliegues de color azul claro, que se abotonaba con un imperdible en un costado, una blusa súper escotada de manga pirata de color blanco y una chaqueta de algodón de un color más oscuro que el de la falda, con el escudo del internado en el lateral izquierdo de la misma. No había medias, pantis o lo que fuera por ningún lado y tampoco hallé los zapatos. Quien diseñó el uniforme fue un completo idiota, pero debía encontrar los zapatos o, por lo menos algo con qué cubrir mis piernas, que ahora estaban a la intemperie, ya que la falda era tan sumamente corta que tan solo llegaba hasta por encima de las rodillas.
Tuve que desistir en el intento, o si no, iba a llegar tarde al desayuno. La impuntualidad estaba castigada muy severamente y ya eran las 7:25, de modo que tan solo me restaban cinco minutos para arreglarme y bajar con el resto de estudiantes.
Hacía un frío terrible por el pasillo, propio del mes de enero, y lo sentía más hondo por el hecho de caminar descalza y medio desnuda. Cuando llegué al primer tramo de escaleras, un cuadro, dispuesto de forma elegante sobre la pared empapelada en flores, llamó mi atención. La imagen estaba desdibujada, pero por la silueta se trataba de una mujer de poco más de dieciocho años, que vestía los ropajes propios del siglo XV, siglo arriba, siglo abajo. Entre sus manos, el autor de la obra, había pintado un retal de tela arrebujado y, en segundo plano se podía distinguir la silueta de un castillo, edificio antiguo, o algo medianamente parecido. Me quedé embobada admirando el cuadro hasta que me di cuenta que si no corría como nunca lo había hecho, llegaría realmente tarde pero, antes de irme, leí la inscripción de la chapa bajo la pintura: "Lady Lazzaro Valentine"
Bajé las escaleras de caracol tan aprisa que, cuando llegué abajo, tuve un brutal encontronazo con uno de los estudiantes que aguardaban la apertura de las puertas del comedor.
   -Perdón, lo siento mucho, iba despistada.- Farfullé tratando de disculparme.
El chico parado frente a mí era de mi misma edad. Tenía el pelo rojizo y liso y unos ojos tan verdes que parecían haber robado el color a todos los campos del mundo. Era un poco más alto que yo y tenía unos músculos impresionantes, no como los de los culturistas, pero eran perfectos y bien proporcionados.
   -Tú eres nueva, ¿verdad?
   -¿Por qué dices eso?- Pregunté indignada.
   -¿Por qué vas descalza?- Rió.- Y, no sé si te habrás dado cuenta, pero hace un frío espantoso como para ir sin medias.
   -Bueno, es que en mi cuarto no había nada de eso y, si quería llegar al desayuno, no me ha quedado otra que bajar a medio arreglar, ¿te importa?
   -En absoluto, así estás mucho más guapa que el resto de las chicas de por aquí.- Vale, típico de un capullo hacer cumplidos a una chica en una situación tan embarazosa como lo era aquella.- Soy Erik McNeil.- Se presentó y su mano se extendió hacia mí en señal de amistad.
   -Violet Lazzaro.- Estreché su mano, pero la solté al poco en cuanto escuché el chirrido de las puertas del comedor, que anunciaban su inminente apertura.
   -Si quieres, puedo acompañarte luego al despacho del director para que te diga dónde guardan las ropas de mujeres, o puedo decírselo a alguna de las profesoras, si lo prefieres.
   -Gracias, pero creo que me las arreglaré yo solita.- Le corté en seco.
La horda de estudiantes fue pasando al interior del amplio comedor y, cuando llegó mi turno, me quedé pasmada. Más que un comedor tenía pinta de un restaurante a gran escala. Las mesas eran cuadradas, dispuestas en hileras perfectas. Estaban cubiertas con manteles a cuadritos azules y blancos y sobre estos, estaban colocados los cubiertos, el vaso y la servilleta, ésta también de tela. No había platos, sino que en un extremo de la sala había una gran estructura en cuyo interior había toda clase de comida, como en un buffet libre, separada por primeros platos, segundos platos, postres y bebidas, básicamente. Por lo que pude comprobar en un rápido vistazo, había tres primeros platos y tres segundos, postres diversos y una cantidad ingente de botellas de agua, zumos y demás, todo en formato familiar.
Seguí a un grupo de chicas que cogían una bandeja de un soporte de madera cercano a la puerta y luego las seguí unos metros más adelante, donde una señora mayor con redecilla estaba repartiendo un juego de platos por alumno que se ajustaban a la perfección en los huecos de la bandeja (como las que utilizan en los hospitales para servir la comida de los residentes). Después, me giré a la izquierda, hacia la vitrina que contenía la comida y me fijé en las dos barras de metal dispuestas en horizontal, donde los estudiantes dejaban descansar sus bandejas para poder servirse con mayor facilidad. Se trataba de un gran invento, de modo que, para no ser menos, dejé caer la bandeja, con los platos ya colocados, sobre las barras. Me di cuenta que los demás deslizaban su bandeja por las barras, de modo que los imité y, al tiempo que pasaba por el primer plato apetecible, tomé el cazo y dejé caer su espeso contenido sobre el plato hondo antes de proseguir con el deslizamiento hacia la zona de los segundos platos, donde repetí la misma operación. Cuando llegué a la zona de los postres, no hallé más que fruta, de manera que me reservé de coger alguna pieza. El desayuno ya estaba siendo demasiado raro como para añadirle más guasa al asunto. El último tramo se componía básicamente de pan tostado y botellas de agua y zumo, además de otras sustancias que no identifiqué. El pan no me apetecía, pero cogí una botella de zumo de melocotón.
Cuando acabé, recogí mi bandeja de las barras y busqué una mesa libre donde poder sentarme tranquila a desayunar. Sorprendentemente, casi todas las mesas ya estaban ocupadas, de modo que me costó un poco encontrar un lugar donde esconder mi cara hasta tener la suficiente confianza como para sentarme a charlar con alguien. Atisbé una mesa vacía al fondo de la sala, tan solo rodeada por una pareja bien avenida, que sonreían como si se conocieran de toda la vida y tal vez era así.
Dejé la bandeja entre los cubiertos y me senté en una de las sillas acolchadas, agotada de tanto ajetreo desde por la mañana.
   -Es raro, ¿verdad?- Comentó alguien a mi espalda.
Agaché la cabeza desesperada. Para una vez que quería estar sola, tenían que venir a molestarme en mi momento de relax.
   -¿Puedo sentarme contigo?- Erik se situó a un lado para que pudiese verle la cara.
   -¿No tienes a nadie más para chafarle el día?
   -Pensé que querrías compañía.- Rió y, sin esperar autorización alguna, se apoltronó en la silla frente a la mía.
   -Pues te equivocaste.- Dije con voz lo más cortante posible.
   -¿Por qué eres tan dura conmigo?
   -¿Por qué tienes tanto interés en mí?- Solté con brusquedad.
   -Porque pareces mucho más inteligente que las demás chicas, a pesar de ir descalza y sin medias.
   -Deja de burlarte de mí.- Proferí tomando una cucharada de mi arroz con leche.
   -No lo hago,- Se defendió.- tan solo estaba tratando de hacerte reír.
   -Pues déjame decirte que no tienes dotes para humorista.
   -Sí, ya me lo han dicho antes.- Rió partiendo las galletas y echándolas sobre la leche.- Bueno, ¿y qué tal el primer día?- Preguntó.
   -Los he tenido mejores.
   -¿Y eso?- La rapidez con la que engullía el desayuno no era ni medio normal.- ¿Es que has tenido días peores?
   -Mi madre falleció la semana pasada.- Dije de corrida.- Y ahora estoy empezando de cero, por decirlo de algún modo.
   -¿No tienes más parientes?
   -Se deshicieron de mí, ¿vale?- Grité.
   -Vale, lo siento.- Se disculpó de inmediato.- Te prometo que ya no voy a volver a mencionar el tema hasta que tú no quieras.
   -Gracias.
El desayuno transcurrió sin más contratiempos que lamentar. Bastante mal me sentía ya por ser la chica nueva y no quería llamar la atención más de lo necesario.
Erik se había empeñado en acompañarme al despacho del director para solucionar mi pequeño problemilla y me faltó el valor para negarme. Parecía como si, en tan solo media hora, hubiéramos forjado un vínculo entre los dos y ya no pudiésemos estar el uno sin el otro.



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