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martes, 2 de agosto de 2011

Recordatorio Necesidades (Capítulo VI)


NECESIDADES
-Tú no eres un monstruo, Chris.- Dije mientras acariciaba su rostro con mis manos, al tiempo que le daba un dulce beso en la mejilla.
-¿No has escuchado lo que he dicho? He matado a miles, puede que millones de mujeres.- Se levantó y se quedó de pie, de espaldas a mí, con la mirada perdida en el horizonte. Allá donde el mar y el cielo se unían.
-No me importa, Chris.- Dije levantándome y rodeándole por la cintura, al tiempo que recostaba mi cabeza en su poderosa espalda.- Te recuerdo que yo también he matado.
-Te hice daño.- Imagino que pensó que si el dolor de otras no me impresionaba, el mío sí lo haría. Pero se equivocó. Al contarme su historia había conseguido que entendiera muchas cosas.
-Mírame Chris, por favor. Sólo quiero que me respondas con un sí o un no, ¿De acuerdo?- Se dio la vuelta y asintió, clavando sus hermosísimos ojos azules en los míos. Me tuve que recordar a mi misma que debía respirar.- ¿Te fuiste por qué creíste que así yo estaría a salvo de ti?- Asintió. Acaricié su adónico rostro, extenuantemente bello y tremendamente castigado por el dolor.- ¿Y nunca te atreviste a tocarme o abrazarme por miedo a herirme?- Volvió a asentir.- ¿Y creíste que con tu marcha yo tendría una vida normal?- Su cabeza volvió a asentir, mientras sus dedos se hundían entre mis cabellos, a la altura de mi nuca. En su rostro se mezclaban el dolor con la devoción.- Entonces no me heriste Chris, hiciste lo que creías que era correcto, y los monstruos no hacen eso. Sólo tratabas de protegerme.- Recorrí la línea de sus labios con uno de mis dedos. Deseaba poder besarle y borrar el dolor de él.
(...)
De pronto, sentí una mano de Chris en mi nuca y la otra me aferraba con fuerza por la espalda, casi rompiéndome la columna y obligándome a arquearme. Ya no me encontraba sentada, estaba tumbada sobre la arena, con él sobre mí. Sentí todo su peso sobre mi cuerpo. Hubiera podido morir aplastada, pero no me importó.
Sus labios estaban sobre los míos, pero no me besaban mansamente. Más bien todo lo contrarió, como si aquel beso fuera el último y quisiera exprimirlo al máximo. Aproveché el momento, fundiendo mis labios con fuerza contra los suyos, ya que no sabía cuando tendría la suerte de repetir aquel apasionado beso.
Su aliento me ardía en la garganta, llegando a quemarme los pulmones. Era abrasador y vigorizante a la vez. Su lengua buscaba desesperadamente la mía. Aquel beso superaba con creces todas las veces que yo había soñado con él. Y súbitamente acabó, como había acabado el sueño.

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