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domingo, 14 de agosto de 2011

Recordatorio Helia (XV)

HELIA
-Buenos días. –Me susurró su aterciopelada voz, acariciando mis desquiciados sentidos, aún frenéticos tras aquel beso.
-Mmm… -Me aferré con más fuerza a su cuello. –Sí que son buenos, sí. -Me hice la remolona entre la fría y confortable prisión de sus brazos. Se rió de mi respuesta.
-¿Esto te encanta, verdad? –Sus manos continuaron acariciándome el rostro, mientras sus inmensos y oceánicos ojos hacían lo propio con mi alma.
-¿El qué? ¿Dormir contigo? –Asintió. –Pues sí, la verdad. –Reconocí entrelazando mis piernas a las suyas. –Aunque más que dormir, lo que me encanta es que estés junto a mí. –Me hizo rodar sobre mi espalda y se tumbó sobre mí.
-¿Aunque te juegues la vida a cada segundo? –Sentí como una de sus frías manos se resbalaba por mi espalda, por debajo del suéter del pijama. Me estremecí de placer.
-No me juego nada, sencillamente porque no tengo nada sin ti. Así que deja de decir tonterias, ¿quieres? –Mi corazón se aceleró un poco más cuando su mano dejó de acariciar mi espalda para recorrer la tersa piel de mi cintura. Traté de despejar mi mente, porque en cualquier momento me iba a dejar llevar. -¿Qué hora es?
-La seis y media. –Dijo, dejando que su dulce aliento me cosquilleara la base de mi garganta. Me besó en el arco de la misma, donde mi efluvio se concentraba con mayor fuerza. Aspiró una enorme bocanada de aire y su pecho gruñó levemente. –Apenas has dormido cuatro horas. ¿Quieres descansar un poco más? –Dijo clavándome sus inmensos ojos azules.
-No. –Rodeé su alabastrino cuello con mis brazos. –Prefiero estar despierta, la verdad. –Mis piernas se entrelazaron a su inmortal cintura. Rodó sobre sí mismo y me hizo caer sobre su inquebrantable pecho. Jadeé al ver refulgir las infernales llamas en lo más profundo de sus preciosos ojos.
-¿Qué voy a hacer contigo? –Pensó en voz alta.
-Lo que quieras. –Respondí. Sus gélidas manos, ardientes en ese momento, sostuvieron mi rostro con delicadeza y me besó febril y apasionadamente. Sentí cómo su aliento me ardía en la garganta, cómo me abrasaba los pulmones, y cómo mi sangre hervía. La cabeza comenzó a darme vueltas. Al final iba a tener razón él y cualquier día se me olvidaba hasta respirar. Cuando sus labios dejaron de besarme, abrí los ojos y me encontré con dos pedazos de océanos congelados contemplándome con devoción infinita.
-Cualquier día te da un ataque. Deberías de hacer algo con tu corazón. –Dijo poniendo su oreja sobre mi pecho, allá donde mi órgano vital latía enfermizamente.
-Imposible mientras insistas en besarme de esa forma. –Musité. Chris había cerrados los ojos y se limitaba a escuchar mis frenéticos latidos, como si fueran los acordes de una hermosa melodía, compuesta únicamente para él.
-Dijiste que podía hacerlo, ¿recuerdas? –Su aterciopelada voz me desquiciaba los sentidos, haciendo que cayera rendida a sus pies por enésima vez.
-Lo sé. Pero no pretendas que controle algo que sólo tú eres capaz de desquiciar de esa manera. –Y acaricié su bello rostro angelical. Me obligó a bajar de encima de él. Se recostó sobre su costado derecho, mientras que clavaba el codo sobre la almohada y recostaba la cabeza sobre su mano. Las tersas yemas de los dedos de su mano izquierda recorrieron mi rostro, memorizándolo una y otra vez.
-Simplemente estoy comprobando hasta dónde podemos llegar. A veces creo que es más probable que te mueras de un ataque al corazón antes de que yo te pueda matar. –Al reconocer el hecho de que él me podía herir, una sombra de dolor recorrió su prefecto rostro.
-Lo primero seguro que ocurriría, lo segundo jamás pasará. –Afirmé categóricamente. Sonrió de nuevo, sin sombra alguna de sufrimiento en su extenuante bello rostro.
-¿Puedo preguntarte algo? –Asentí. Imité su gesto y me dediqué a memorizar su semblante con mis manos. -¿Por qué me llamaste ángel anoche?
-Porque eres mi ángel. Mi particular, bello, hermoso, amado y perfecto ángel de la destrucción. –Acerqué mis labios a los suyos y dejé que fuera él quién impusiera la intensidad a ese beso.
-¿Ángel de la destrucción? No se me había ocurrido verme como tal. –Dijo separando apenas unos milímetros sus labios de los míos.
-No es en el sentido en el que estás pensando. No me refiero a que seas una especie de jinete del apocalipsis o algo parecido. Eres mi ángel de la destrucción porque sólo tú fuiste capaz de derrumbar el muro que construyeron a mí alrededor, quitándome la venda de los ojos y haciéndome ver que ellos no tenían razón. Tú destruiste los muros de la enorme mentira en la que se basaba mi vida. Derrotaste a la muerte y me diste la vida. Porque tú eres mi ángel. –Y estreché mi cuerpo al suyo.
-Una manera muy peculiar de verme. –Sus hermosos ojos continuaban acariciándome el alma.
-Es la única. Tú eres el puerto de destino al que conduce el barco de mi vida. Sin ti, simplemente estoy perdida. –Y esperé, durante una brevísima milésima de segundo, su respuesta.
-Entonces ven aquí, porque has llegado a puerto. –Y tiró de mí dulcemente, haciéndome caer entre sus brazos. -Te amo. –Musitó, antes de fundir sus labios con los míos, deseosos de probar su miel. Me rodeó con ternura y permanecimos un rato quietos, yo respirando tranquilamente, llenándome los pulmones de su dulce y varonil aroma, y él escuchando el frenético latido de mi humano y enamorado corazón. -¿Podrás estar unas tres horas tranquilita, sin meterte en líos? –Una leve nota de sarcasmo se reflejaba en su voz.
-¿A qué viene esa pregunta? –Levanté la cabeza para poder volver a contemplar sus preciosos ojos azules.
-Helia aterriza en un par horas en el aeropuerto de la capital. Voy a ir a recogerlo. ¿Prometes portarte bien? –Dijo sosteniendo mi rostro entre sus frías manos de hielo.
-Me porté bien. Fue él quien no te obedeció. –Alegué en mi defensa.
-Kara… -Bufó.
-De acuerdo, no me meteré en líos. Si a alguien se le ocurre aparecer, te llamo, ¿satisfecho? –Protesté. Siempre tan quisquilloso.
-Sí, eso está mejor. –Dijo, dándome un beso en los labios, poniéndose en pie y cogiendo sus zapatos.
(...)
Si había un ser que podía rivalizar con Chris en belleza ese era, sin lugar a dudas, su padre adoptivo, Helia. Su belleza era casi tan extenuante como la de mi único amor, y su porte y elegancia hacían imposible no fijarse en él. La primera vez que lo vi, hacía más de catorce años, creí estar ante el mismísimo Zeus.

Su estatura era muy similar a la de Chris, siendo apenas unos dos o tres centímetros más bajo. Su rostro era ligeramente alargado, con una perfecta forma, ni demasiado estirada ni excesivamente ovalada. Sus cejas no eran ni demasiado gruesas ni demasiado pobladas, sencillamente perfectas. Su nariz se enmarcaba justo en la mitad de su rostro, debajo de unos hermosos y grandes ojos almendrados, de un profundo color verde, como el bambú o el jade. Su blanca tez le confería mayor profundidad a esos arrebatadores ojos.
Helia llevaba el cabello largo, casi por la cintura, recogido en una coleta a la altura de la nuca, holgadamente, enmarcando su bello rostro. Unos mechones de bellos cabellos plateados surcaban su esplendorosa melena azabache.
Su cuerpo era el puro reflejo de su mortal vida pasada. De cintura estrecha y ampliada espalda, musculosos brazos y marcados abdominales, su figura denotaba que en un pasado fue nadador o que, por lo menos, la natación formaba una parte importante de su antepasada vida. Pero lo más espectacular era su presencia. Helia imponía, sin mediar palabra, captaba la atención de cualquiera que estuviera a su alrededor.




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