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domingo, 7 de agosto de 2011

Recordatorio Deseo (XI)


DESEO
Permanecimos un rato allí, abrazados el uno al otro, deseando que el tiempo se detuviera, pudiendo prolongar aquella sensación de paz hasta el infinito. Luego, cuando el gruñido del pecho de Chris delató su falta de control, me separé un poco de él. No quería ponérselo difícil, y que se arrepintiera de lo que me acababa de conceder y decidiera llevarme de vuelta a la ciudad. Quería estar con él todo el tiempo que pudiera. Bajamos, del mismo modo en que habíamos subido, o sea, de un salto mientras yo estaba en sus brazos y fuimos a dar un paseo por los alrededores. Andábamos tranquilamente, y tan pronto me pasaba un brazo por mi cintura, como se alejaba de mí, dependiendo de la ansiedad que sintiera en ese momento.
-¿Puedo preguntarte algo?- Íbamos por la parte más frondosa del bosque.
-Sabes que me puedes preguntar lo que sea. ¿Qué quieres saber?
-¿Me dirás algún día de qué color es mi luz? -Me picaba la curiosidad.
-Roja, de un hermosísimo rojo escarlata. Y muy brillante, cegadora, diría yo. Jamás he visto ninguna otra luz de ese color ni con ese brillo.- Me cogió por la cintura y me acercó a él, obligándome a rodear su inmortal cintura con uno de mis brazos.- Puede que eso se deba a que no existe nadie como tú en todo el mundo.-


(...)

Me incliné sobre él, recostándome sobre su pecho de mármol, acariciando su perfecto rostro con mi temblorosa mano. Estaba excitada ante el beso que me había dado. Me acarició una mejilla con su nervuda mano, mientras rodeaba mi cintura con su brazo y me obligaba, de nuevo, a tumbarme sobre mi espalda, al tiempo que mis piernas envolvían sus caderas. Me miró con devoción, con amor y con deseo. No te muevas. Me ordenó. La mano que me había estado acariciando la mejilla, se deslizó suavemente por mi cuello, las aterciopeladas yemas de sus dedos rozaban mi cálida piel, hasta llegar a la base de mi garganta. Aspiró y mi dulce aroma lo sacudió con fuerza. Su pétreo pecho rugió y apretó los labios, evitando que sus colmillos se vieran. Me obligó a inclinar mi cabeza hacia atrás, y muy lentamente, agachó su cabeza. Sus carnosos labios se depositaron en mi cuello, en el arco de mi garganta, allí donde mi efluvio se concentraba con mayor fuerza. Abrí los ojos y vi como los suyos eran infernales. Luego me besó la barbilla, mientras yo jadeaba. Una de sus manos me cogió por la nuca y me obligó a poner la cabeza recta. Mi corazón latía desbocadamente, mi respiración era agitada y descontrolada, y todo mi ser temblaba. Era una muñequita de trapo entre las garras del mayor depredador del mundo. Su mano se perdió por debajo de mi suéter, acariciándome la cálida piel de mi cintura. Seguía jadeando mientras sus ardientes labios seguían besando mi cuello. Mis dedos se entrelazaron a sus dorados cabellos y cerré los ojos. Dejé que aquella placentera corriente eléctrica recorriera mi cuerpo y que me estremeciera, que me sacudiera de los pies a la cabeza. Sentí su peso sobre mi cuerpo y cómo una de sus manos tiraba del cuello redondo de mi suéter y de la camisa, para depositar sus febriles y ardientes labios sobre mi clavícula. Luego, alzó la cabeza y sostuvo mi rostro entre una de sus fuertes e inhumanas manos. No te muevas. Me volvió a ordenar. Y me besó. Sus carnosos labios se fundieron con los míos, se entreabrieron y su lengua buscó la mía. Su aliento me abrasó la garganta, inundando mis pulmones de aire caliente. Una de sus manos seguía perdida en la suavidad de la piel de mi cintura, mientras la otra me sujetaba por la nuca. Me aferré a él, como quien se aferra a la vida, y deslicé una de mis manos por la piel de su espalda. Ardía, como si hubiera estado todo el día al sol, excepto donde estaba la cicatriz. Entrelacé mis piernas a su cintura con más fuerza y pegué más mi cuerpo al suyo. Su mano dejó de acariciar mi cintura para que su brazo me aferrara por la espalda. Me arqueé y volví a jadear. Todo el vello de mi cuerpo estaba erizado, y a duras penas conseguía respirar. Y Chris seguía besándome apasionadamente. De pronto, su pecho gruñó y sus colmillos se asomaron. Abrí los ojos y vi como mi hombre se había transformado en mi bestia. Debía soltarle, debía dejar que mis piernas no siguieran reteniéndolo contra mi cuerpo, pero no podía. Quería más, llegar hasta donde tuviéramos que llegar. Me sujetó el rostro con una de sus manos, rozando la piel de mi cara con sus mortíferas y afiladas uñas. Su otro brazo me seguía sujetando por la espalda, manteniéndome arqueada. Echó mi cabeza hacia atrás y sentí como uno de sus letales colmillos rozaba mi cuello. Volví a jadear y mi aroma le sacudió con fuerza. Mi corazón estaba al borde del colapso. A mi manera, Kara, ¿recuerdas? No quería recordar, quería más de él, de los dos, de mi hombre y de mi bestia. Suéltame, estoy descontrolado. Abrí los ojos y le miré a la cara. Tenía razón, estaba totalmente fuera de control. Ambos jadeábamos, yo de placer, el de necesidad. Necesitaba mi aroma, porque en ese momento yo no estaba entre los brazos de un hombre, era la presa entre las garras de un depredador. Suéltame o acabaré matándote. Kara, no es una petición, es una orden. ¡Suéltame! Y aflojé mis piernas, liberando su inmortal cintura. De un salto se puso de pie, cerró los ojos y dejó de respirar. Me quedé temblando, tirada sobre el saco, jadeando. Haz el favor de controlarte y calmar el ritmo de tu corazón, o me lanzaré de nuevo sobre ti. Y esta vez no sé si podré parar. Aspiré profundamente y solté el aire de mis pulmones lentamente. Le ordené a mi cuerpo que dejara de temblar y obedeció. Chris seguía de pie frente a mí, con los ojos cerrados y sin respirar. Observé que sus uñas se había retraído, pero su rostro seguía siendo duro y apretaba los labios con fuerza. ¿Te he herido? Su voz sonaba angustiosa en mi mente. Me levanté el suéter para observa mi cintura. No había arañazos. Palpé mi cuello y noté que no había nada distinto, ninguna marca de colmillo.

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